Javier Sampedro, al que puede con justicia considerarse un modelo de competencia en el periodismo científico (nos hemos dado un toque), ataca en El País de hoy el asunto de los cordones umbilicales coronados y sin coronar. Y lo hace en dos entrevistas que nos presentan pareceres contrapuestos, ambos de personajes de credenciales impecables, el presidente del CSIC y el coordinador de la ONT. Para simplificar, uno a favor y otro en contra. En las páginas anteriores Álvaro de Cózar entrevista a Stephen Grant, vicepresidente de Cord Blood Registry (la empresa que conserva las células de Leonor de Borbón Ortiz), y escribe sobre los proyectos de bancos privados de cordón umbilical (¡para una vez que en el blog, no nos mirábamos el ombligo!) andaluz y madrileño (PSOE y PP) y recoge también las opiniones de César Nombela, la posición de la Federación de Asociaciones por la Defensa de la Sanidad Pública y de la Federación Nacional de Donantes de Sangre.
El burgués que lea el periódico llegará probablemente a una conclusión del tipo “por si acaso, guardemos esto”. En otras palabras: “Por este dinero que no sentimos, adelante.”Ahora bien, es claro que políticamente sólo vende la socialización del remedio: si esto es tan bueno (aunque de momento bondad y eficacia sean dudosas) es un beneficio que hay que extender a todos los ciudadanos.
Como estamos con El país y los lunes están las páginas de Salud, aunque los artículos mencionados no se incluyan en dicha sección, pasemos unas cuantas páginas. Llegaremos al escrito de dos especialistas en bioética a propósito de la eutanasia. No nos detendremos en el asunto. Sólo reproduciremos un ladillo: “Entrar en la muerte dormido debe ser una forma más de libertad personal”: Es como Calderón, pero al revés. Como dirían un canónigo y el profesor Celentano, “Memento et Claudia Mori”.
Demonios, qué lenguaje el de los bioéticos. No se puede hablar de una manera que no sea de pesadilla. ¿Hay algo más cursi que ese “entrar en la muerte” que haría las delicias de Lakoff y Johnson en su Metaphors We Die Of? Perdónenos el lector (adelantémonos en el toque) pues el artículo en cuestión será pertinentísimo y razonado, pero alguien ha seleccionado las trece palabras más insufribles del mismo para que aparezcan en grande.
Pero aquí está la clave del asunto: la bioética se las ha apañado para no hablar de dinero y padecer de una estomagante propensión a la lírica. Pero el bajo cifrado de Matesanz y compañía apunta a la pasta que va a costar esto, y como diría Girondo tal como lo cita Azúa “el (pen)total paqué".
La bioética se ocupa de lo que se debe ocupar, lo que no significa que Linneo -que el Dios de las diferencias específicas lo tenga en su gloria- haya ubicado a los bioéticos con la facilidad que a los percebes. Pero eso no justifica que la bioética ocupe las posiciones centrales del debate público que ocupa. There are more things. No es que la bioética se haya convertido en el opio del debate sobre el sistema sanitario, pero quizá haya eclipsado otros asuntos centrales. Por una vez que unas células prometedoras no causaban problemas éticos, los causan morales, políticos y, lo que es peor, de hacienda.
El burgués que lea el periódico llegará probablemente a una conclusión del tipo “por si acaso, guardemos esto”. En otras palabras: “Por este dinero que no sentimos, adelante.”Ahora bien, es claro que políticamente sólo vende la socialización del remedio: si esto es tan bueno (aunque de momento bondad y eficacia sean dudosas) es un beneficio que hay que extender a todos los ciudadanos.
Como estamos con El país y los lunes están las páginas de Salud, aunque los artículos mencionados no se incluyan en dicha sección, pasemos unas cuantas páginas. Llegaremos al escrito de dos especialistas en bioética a propósito de la eutanasia. No nos detendremos en el asunto. Sólo reproduciremos un ladillo: “Entrar en la muerte dormido debe ser una forma más de libertad personal”: Es como Calderón, pero al revés. Como dirían un canónigo y el profesor Celentano, “Memento et Claudia Mori”.
Demonios, qué lenguaje el de los bioéticos. No se puede hablar de una manera que no sea de pesadilla. ¿Hay algo más cursi que ese “entrar en la muerte” que haría las delicias de Lakoff y Johnson en su Metaphors We Die Of? Perdónenos el lector (adelantémonos en el toque) pues el artículo en cuestión será pertinentísimo y razonado, pero alguien ha seleccionado las trece palabras más insufribles del mismo para que aparezcan en grande.
Pero aquí está la clave del asunto: la bioética se las ha apañado para no hablar de dinero y padecer de una estomagante propensión a la lírica. Pero el bajo cifrado de Matesanz y compañía apunta a la pasta que va a costar esto, y como diría Girondo tal como lo cita Azúa “el (pen)total paqué".
La bioética se ocupa de lo que se debe ocupar, lo que no significa que Linneo -que el Dios de las diferencias específicas lo tenga en su gloria- haya ubicado a los bioéticos con la facilidad que a los percebes. Pero eso no justifica que la bioética ocupe las posiciones centrales del debate público que ocupa. There are more things. No es que la bioética se haya convertido en el opio del debate sobre el sistema sanitario, pero quizá haya eclipsado otros asuntos centrales. Por una vez que unas células prometedoras no causaban problemas éticos, los causan morales, políticos y, lo que es peor, de hacienda.
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