Al poco de llegar se pregunta cómo es posible que la llanura esconda el curso de agua, apenas a centenares de metros el gran árbol, no más lejos haga desaparecer el cobertizo. Pasa el tiempo entregado al cálculo que resolverá de una vez por todas la contradicción entre la llanura infinita sólo desbordada por eso que nos imaginamos que debe ser la redondez de la Tierra y la multitud de pequeños parajes que desafían la homogeneidad de lo visible.
Él confiesa que durante su etapa americana, especialmente viajera y presidida por el automóvil, estuvo entregado a cálculos inabarcables, enfrascado en idas y vueltas en que sus argumentos antiguos se combinaban con símbolos cuya inteligencia era de una calidad evanescente. Estuvo, en fin, envuelto en laberintos lógicos cuya salida no sería nada menos que la solución, la síntesis que cifraría un país y a todo el nuevo mundo:
Él confiesa que durante su etapa americana, especialmente viajera y presidida por el automóvil, estuvo entregado a cálculos inabarcables, enfrascado en idas y vueltas en que sus argumentos antiguos se combinaban con símbolos cuya inteligencia era de una calidad evanescente. Estuvo, en fin, envuelto en laberintos lógicos cuya salida no sería nada menos que la solución, la síntesis que cifraría un país y a todo el nuevo mundo:
–Mi aleph sub rosa portátil. Podría decir como el poeta: "Mi ondícula en el cascarón de dos palabras", pero es el verso que he traducido más atrozmente y el original lo puede consultar usted mismo en el volumen que acaba de dejar sobre la mesa.
También señala, sabiamente sin duda, que fue ese país –y él no tiene la misma experiencia temporal para decirlo de otro país, pues, como veremos, el suyo no cuenta– el que le despertó un anhelo sinóptico, el de querer encerrarlo en una fórmula, si bien más sensata que el lugar común habitual, no menos sintética y mucho más nítida. Llegados a este punto su chiste obsesivo muta "sinóptico" por "hipnótico" y advierte que cree en sus cálculos, aun condenados al fracaso, como en los evangelios.
Su país, España, no le había despertado ese anhelo, y eso le parecía síntoma de descortesía difícilmente cancelable: el reconocimiento de la complejidad del propio país –que le llegaba por vía ideológica– se lo debía también a los otros y, en cambio, los había rebajado, los había pensado como resumibles o simplificables. Todavía suele decir él, como quien acaba de esculpir una frase feliz, una frase que, sin embargo, ha repetido ya tantas veces:
–Yo padecía, estaba terriblemente aquejado de fiebre simplificadora.
La había sufrido en San Francisco y también en San Diego. Luego, más acuciantemente, en casa de unos amigos cubanos en Miami. No le importó a su enfermedad tener que desplazarse al interior, a Kansas City, en Missouri, y permanecer allí durante un trimestre. Tras dos años en Washington, recaló luego en Iowa City, pero no permaneció más de un mes en su universidad. No le importó a sus cómputos; sólo tuvo más grano para su molino, que es un chiste también suyo. Siguió con sus cálculos a la búsqueda del epítome:
También señala, sabiamente sin duda, que fue ese país –y él no tiene la misma experiencia temporal para decirlo de otro país, pues, como veremos, el suyo no cuenta– el que le despertó un anhelo sinóptico, el de querer encerrarlo en una fórmula, si bien más sensata que el lugar común habitual, no menos sintética y mucho más nítida. Llegados a este punto su chiste obsesivo muta "sinóptico" por "hipnótico" y advierte que cree en sus cálculos, aun condenados al fracaso, como en los evangelios.
Su país, España, no le había despertado ese anhelo, y eso le parecía síntoma de descortesía difícilmente cancelable: el reconocimiento de la complejidad del propio país –que le llegaba por vía ideológica– se lo debía también a los otros y, en cambio, los había rebajado, los había pensado como resumibles o simplificables. Todavía suele decir él, como quien acaba de esculpir una frase feliz, una frase que, sin embargo, ha repetido ya tantas veces:
–Yo padecía, estaba terriblemente aquejado de fiebre simplificadora.
La había sufrido en San Francisco y también en San Diego. Luego, más acuciantemente, en casa de unos amigos cubanos en Miami. No le importó a su enfermedad tener que desplazarse al interior, a Kansas City, en Missouri, y permanecer allí durante un trimestre. Tras dos años en Washington, recaló luego en Iowa City, pero no permaneció más de un mes en su universidad. No le importó a sus cómputos; sólo tuvo más grano para su molino, que es un chiste también suyo. Siguió con sus cálculos a la búsqueda del epítome:
–El año pasado volví allí, no a los mismos lugares quiero decir. Hacía treinta años desde mi regreso a España, pero me encontré con algo que conocía bien. Volví o me volvieron a visitar mis antiguos cálculos, mis ghosts in the machine familiares. El paisaje de símbolos y emblemas que yo había habitado durante los mejores años de mi vida. El que me había rodeado como los campos de cultivo de Iowa. El paisaje del que no consigo librarme.
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