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viernes, febrero 03, 2006

Múnich. Mátrix.

El tópico de The Matrix y sus derivaciones se mueve y se transforma en una clave más bien esperanzada: Existe la verdad. A un despertar traumático le sigue la revelación y una vida verdadera no exenta de batallas, signo de autenticidad, la de tener al peligro por vecino. Retornar a la caverna no desdibuja los contornos. Como podemos prever, el tema puede desenvolverse en una teoría de despertares sucesivos, de falsos despertares, de alguna complicación que, en principio, no tendría por qué venir a empañar la verdad de esa verdad que nos espera al otro lado de alguna puerta.
El límite más natural para las transformaciones del motivo es el de la supermatrix o el de alguna jerarquía gnosticoide de supermatrices. Todo lo que hay, siempre ahí fuera, es matriz, la invencible, la inevitable, la insospechada. Este es un límite en el que el tópico ha forzado su natural hasta transmutarse en su propia negación. Aunque la analogía no sea la precisa, piense el lector en la transformación de un polígono regular que va doblando su número de lados. El límite es el círculo, que no es un polígono. Ya saben ustedes, dialéctica, la chispa de la vida.
Pero es este límite o su posibilidad el que nos hace comprender la paradójica naturaleza del culto matrix: una cosmología que tachamos de falsa pero que a la que volvemos para definir, en sus coordenadas, cualquier cosa con la que hayamos de tratar. Podemos preguntarle a Tipler si cuando vayamos al cielo iremos en forma de bits o si habremos superado también esa omega.
Munich es pesimista. No hay verdad. Sólo descubrimiento de que lo que teníamos por verdadero es falso. Pero el tema es la información, que ya no es verdad ni nada que se le parezca. Una serie de acontecimientos catastróficos alimenta el molino insaciable de la Inteligencia. La información que se te hace llegar dispara torrentes cien mil veces más ruidosos y cien mil veces más capaces de llovernos información sobre mojado. Sólo se trata de poder aprovechar alguna, alguna vez para algún propósito, Humint, inquisición en el límite dialéctico, berdintasuna perdida. Y eso es todo, la caverna o la luz que creímos del día indubitada es ahora un laberinto, una red por la que ya ni vemos pasar los trenes. Simplemente, algunos guardias de tráfico ocupan mejores esquinas que otros.
¿Cómo se despliega el tópico de la desesperanza, más allá de la vida familiar y hortelana? Para contestar a esa pregunta fijémonos en cómo juegan los que parecen estar al cabo de la calle: Vida familiar y hortelana bajo un patriarca suave, que no es más que un simple atajo narrativo. ¿Nihilismo con salsa agridulce? ¿Colaboracionismo, pero con quién o con qué? La única solución narrativa distinta de la muerte o la prisión es el anonimato y el olvido. Cuando esta necesidad de olvido se olvida, sólo nos encontramos con la inverosimilitud, que tampoco importa.

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