Javier Sampedro (1) escribe sobre el libro de Jesús Mosterín:
La mitad de este libro es más bien biología, y la otra mitad es más bien filosofía, pero no hay que ser biólogo ni filósofo para leer ninguna de las dos.
La mitad de este libro es más bien biología, y la otra mitad es más bien filosofía, pero no hay que ser biólogo ni filósofo para leer ninguna de las dos.
La maldad nos dicta la coda: “y mejor no ser ni una cosa ni otra”. Ahora, ¿qué significa ese “más bien” que se repite simétrico?¿Es más bien una cosa u otra? ¿ O no será más bien Mosterín? Continúa Sampedro:
Ni siquiera es necesario tener un especial interés por esas dos materias, porque el verdadero asunto de este libro es usted: un homo sapiens bombardeado por opiniones ajenas y contradictorias sobre el respeto a las otras culturas, el encaje de los nacionalismos, las políticas lingüísticas, la relación entre Iglesia y Estado, la discriminación de la mujer, el modelo educativo y los riesgos del progreso científico, por no hablar de temas como la selección genética de los hijos, la sedación de los enfermos terminales, la eutanasia y el suicidio asistido.
Ni siquiera es necesario tener un especial interés por esas dos materias, porque el verdadero asunto de este libro es usted: un homo sapiens bombardeado por opiniones ajenas y contradictorias sobre el respeto a las otras culturas, el encaje de los nacionalismos, las políticas lingüísticas, la relación entre Iglesia y Estado, la discriminación de la mujer, el modelo educativo y los riesgos del progreso científico, por no hablar de temas como la selección genética de los hijos, la sedación de los enfermos terminales, la eutanasia y el suicidio asistido.
"No sabía", le replicaría un lector inocente y que al parecer no recibirá un bombardeo mosteriniano (otra cosa es que leyera el Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia del mismo Mosterín y de Torretti; se vería inmerso en la apasionante tarea de estudiar geometría diferencial con un diccionario.) Pero, en fin, lleguemos al cogollo:
[…] la libertad, la lengua, la cultura y la religión son atributos del cerebro de cada individuo, y por tanto no pueden atribuirse a la nación ni a la comunidad cultural donde se alojan los individuos. Y para eso ha escrito este libro, para mostrarle cuál es su verdadera naturaleza, lector, y para permitirle de este modo una discusión serena y racional de todos aquellos grandes principios que le pueden estar amargando la vida. Y la muerte. Si "el ser humano se volverá mejor cuando le enseñes cómo es", como dejó escrito Anton Chéjov, este ensayo filosófico puede convertirse en el libro de autoayuda más eficaz de su estantería.
Si hubiera sabido Marty Feldman, Igor en El Jovencito Frankestein (si discernibles) que lo que llevaba en las manos era sujetos de tantos y tan buenos atributos, habría tratado a los sesos temblones de la película con mayor unción (2). Al menos con un castillo y laboratorio a temperatura ambiente, pues como nos recuerda Sampedro:
El pensamiento de Mosterín se basa en una especie de ética estadística. La nación, la comunidad, el pueblo y otros grupos son meras entidades estadísticas.
No tienen cerebro, y por tanto no pueden tener libertad, cultura, lengua ni religión, que son atributos del cerebro y sólo pertenecen a cada individuo. El error de los nacionalismos, las religiones y las ideologías totalitarias es que pretenden encajar a los individuos en un molde colectivo -la cultura del pueblo, la religión del país, la lengua de la nación-, cuando son los moldes los que deben adaptarse a los individuos, y no al revés.
Por eso cuando nos quemamos, no nos quemamos nosotros ni se queman nuestros tejidos o nuestras células. Se agitan más fuertemente algunas de sus (¿nuestras?) moléculas con los procesos físicoquímicos consiguientes. Como se agitará Rudolf Carnap en su tumba, pongamos por ejemplo. Como se agitará Blake Edwards con la nueva Pink Panther, ¿o era Pant Pinker?
[…] la libertad, la lengua, la cultura y la religión son atributos del cerebro de cada individuo, y por tanto no pueden atribuirse a la nación ni a la comunidad cultural donde se alojan los individuos. Y para eso ha escrito este libro, para mostrarle cuál es su verdadera naturaleza, lector, y para permitirle de este modo una discusión serena y racional de todos aquellos grandes principios que le pueden estar amargando la vida. Y la muerte. Si "el ser humano se volverá mejor cuando le enseñes cómo es", como dejó escrito Anton Chéjov, este ensayo filosófico puede convertirse en el libro de autoayuda más eficaz de su estantería.
Si hubiera sabido Marty Feldman, Igor en El Jovencito Frankestein (si discernibles) que lo que llevaba en las manos era sujetos de tantos y tan buenos atributos, habría tratado a los sesos temblones de la película con mayor unción (2). Al menos con un castillo y laboratorio a temperatura ambiente, pues como nos recuerda Sampedro:
El pensamiento de Mosterín se basa en una especie de ética estadística. La nación, la comunidad, el pueblo y otros grupos son meras entidades estadísticas.
No tienen cerebro, y por tanto no pueden tener libertad, cultura, lengua ni religión, que son atributos del cerebro y sólo pertenecen a cada individuo. El error de los nacionalismos, las religiones y las ideologías totalitarias es que pretenden encajar a los individuos en un molde colectivo -la cultura del pueblo, la religión del país, la lengua de la nación-, cuando son los moldes los que deben adaptarse a los individuos, y no al revés.
Por eso cuando nos quemamos, no nos quemamos nosotros ni se queman nuestros tejidos o nuestras células. Se agitan más fuertemente algunas de sus (¿nuestras?) moléculas con los procesos físicoquímicos consiguientes. Como se agitará Rudolf Carnap en su tumba, pongamos por ejemplo. Como se agitará Blake Edwards con la nueva Pink Panther, ¿o era Pant Pinker?
(1) Con provecho se leerá su Deconstruyendo a Darwin o esta entrevista.
(2) Y la pobre Mary Shelley incluyendo episodios ambientales o nurturales en su novela, como nos recuerda nuestro sinódico Gould.
No hay comentarios:
Publicar un comentario