Lo aguantable y lo inaguantable como categorías estéticas. Pagamos por ver a alguien bailar mal. No lo hacemos por oír a alguien cantar mal. Será la voz y la palabra. A quien habla o canta se le exige mucho. La hipótesis alternativa es que concibamos el mal bailar como un género cómico con sus propias reglas y su estricta disciplina. Quien baila mal tras recibir muchas lecciones nos convence de su rareza, de su singularidad, de su mérito. O, alternativamente otra vez, de lo trabajado y riguroso de su arte. Pero cantar mal es simplemente cantar mal. No parece haber un arte de cantar mal; hacerlo es un recurso mínimo de las artes representativas: la orquesta que simula que no ha empezado y es éste grande arte, la actriz que representa a la actriz que fracasa con su voz cuando había triunfado con su gesto, el vate engorroso y sus ripios ulteriores. Personajes irredimibles más allá de los dos minutos de intervención. Pero quien baila mal tiene más recorrido. Persevera en su ser, comme il faut. How can we know the dancer from the dance? And the singer from the song? Que se lo pregunten, y en músicos callados contrapuntos, a Paula Vazquez.
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