Magnífica epifanía en las vidas más dilapidadas: descubrir que no se sirve para nada. No que nuestras prendas se hayan agotado o devaluado. Saber, al fin, que nunca fueron nuestras y que, obcecados, habíamos interpretado año tras año algún signo irrelevante a favor de nuestra causa, o de la causa de nuestra tonta fortuna.
El día más feliz que le cabe a una vida. No sólo por el no importa que, en ocasiones, es certero corolario de la revelación. No, desde luego, por la infundada presunción de haber hallado una verdad, nuestra verdad esencial. Sobre todo porque entonces lo demás -y aunque sea también mala interpretación, una cadena de infatuaciones aleatorias y ridículas- será por añadidura.
El día más feliz que le cabe a una vida. No sólo por el no importa que, en ocasiones, es certero corolario de la revelación. No, desde luego, por la infundada presunción de haber hallado una verdad, nuestra verdad esencial. Sobre todo porque entonces lo demás -y aunque sea también mala interpretación, una cadena de infatuaciones aleatorias y ridículas- será por añadidura.
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