Los desayunos garantizan un sintético diagnóstico de los establecimientos hosteleros. Naturalmente, su composición viene determinada por todos esos factores que queremos resumidos en las alisadas curvas de oferta y de demanda, por lo que no se trata tanto de comparar desayunos que se sirven en situaciones y lugares diferentes, como de fijarse en el margen que la peculiaridad de un comedor concreto ha añadido a las que serían determinaciones inasibles e incalculables.
Desde el punto de vista del comensal, los desayunos de hotel son un territorio de irrealidad adosado al comienzo de la jornada. De ahí la dilación en periódicos y otras bagatelas, incluidas las visitas repetidas y viciosas al autoservicio. Está claro: los desayunos de hotel (y hasta el último día) son una prolongación del dulce sueño; son el imperio de la inacción, una paradoja esto último que arrastra todos los inconvenientes de los imperios: su ya proverbial inviabilidad a medio plazo. La inacción ha de alimentarse de esfuerzos cada vez mayores y más disgregadores. Acabamos por no dormir. Por no desayunar.
Desde el punto de vista del comensal, los desayunos de hotel son un territorio de irrealidad adosado al comienzo de la jornada. De ahí la dilación en periódicos y otras bagatelas, incluidas las visitas repetidas y viciosas al autoservicio. Está claro: los desayunos de hotel (y hasta el último día) son una prolongación del dulce sueño; son el imperio de la inacción, una paradoja esto último que arrastra todos los inconvenientes de los imperios: su ya proverbial inviabilidad a medio plazo. La inacción ha de alimentarse de esfuerzos cada vez mayores y más disgregadores. Acabamos por no dormir. Por no desayunar.
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