Vivir en un mundo propio, en un mundo fantástico, que se dice, es algo así como una aristotélica vida teorética, pero de baja estofa. Es una renuncia a la acción y una evitación perpetua (y fallida, pues sólo lo suple con la derrota igualmente perpetua) del conflicto.
El niño que opta por la inacción y que, años más tarde, se descubre en un arrebato faustino por la acción, es un niño pavloviano que ha reaccionado con demasiada premura e intensidad a algún revés irrelevante.
Ahora bien, es evidente que una formulación que incluya esa rara noción de "un mundo propio", si empleada es este sentido que no en otros que a veces se coligen, no significa nada y menos lo que puede designar (estoy tentado de proponer al lector que sustituya respectivamente "sentido", "significado" y "designación" por los fregeanos Sinn, Vorstellung y Bedeutung). Pues lo que designa es una posición lateral, subsidiaria, tolerada.
Una vida que se basa en la repulsión del conflicto está sujeta a múltiples melancolías, a sucedáneos y a escapatorias. Está sujeta también a una falible sobrevaloración de la vida política y activa. Por no hablar del agotamiento de quien tras algo leer y haber comprado muchos libros, deja de leerlos para, al cabo de algún tiempo -también y con lucidez innegable-, dejar de comprarlos.
El niño que opta por la inacción y que, años más tarde, se descubre en un arrebato faustino por la acción, es un niño pavloviano que ha reaccionado con demasiada premura e intensidad a algún revés irrelevante.
Ahora bien, es evidente que una formulación que incluya esa rara noción de "un mundo propio", si empleada es este sentido que no en otros que a veces se coligen, no significa nada y menos lo que puede designar (estoy tentado de proponer al lector que sustituya respectivamente "sentido", "significado" y "designación" por los fregeanos Sinn, Vorstellung y Bedeutung). Pues lo que designa es una posición lateral, subsidiaria, tolerada.
Una vida que se basa en la repulsión del conflicto está sujeta a múltiples melancolías, a sucedáneos y a escapatorias. Está sujeta también a una falible sobrevaloración de la vida política y activa. Por no hablar del agotamiento de quien tras algo leer y haber comprado muchos libros, deja de leerlos para, al cabo de algún tiempo -también y con lucidez innegable-, dejar de comprarlos.
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