El hombre que sale de su casa y que volverá a ella a la caída del Sol y lo piensa con la misma seguridad con la que piensa que ese Sol se pondrá y saldrá al día siguiente: una seguridad que, apocalipsis aparte, derrota a todas las inducciones, deducciones y casi a las abducciones.
Pues es ese hombre que sale de su casa, etc. no regresará ya nunca porque se va a quedar en el camino y no entraremos en detalles. A cada uno su azar establecido. Y será ese día porque ése era el día en que se interrumpía la serie monótona de sus días, monótona como los días de cualquier hombre (por lo menos si se mira a la distancia adecuada).
Pero ese mismo hombre, el día anterior creyó haber regresado a su casa, como en tantas otras tardes, tardes tan anteriores como el pasado y la memoria. Y lo podía asegurar sin percatarse de que la casa de esa tarde no era la casa que había dejado hacía pocas horas, en una mañana de una calle y una ciudad que también creía la misma. Ni era la casa de ayer, ni la de la semana pasada, ni la que compró o sólo alquiló un día también pasado.
Y aun diremos que esa creencia de volver a la misma casa, en la tarde de aquella mañana de Sol o, tal vez, de fina lluvia, se aposentaba cada tarde, o a cada instante, en un hombre distinto. Y así esos hombres sucesivos pensaban ser sólo uno y el mismo, y también creían que su casa -la sucesión de casas que compartieron- les abría sus puertas cada tarde, en una sucesión de calles, ciudades y países tan razonablemente convencidos de ser los que eran y tan orgullosos de perseverar en su ser como en las mejores familias.
Pues es ese hombre que sale de su casa, etc. no regresará ya nunca porque se va a quedar en el camino y no entraremos en detalles. A cada uno su azar establecido. Y será ese día porque ése era el día en que se interrumpía la serie monótona de sus días, monótona como los días de cualquier hombre (por lo menos si se mira a la distancia adecuada).
Pero ese mismo hombre, el día anterior creyó haber regresado a su casa, como en tantas otras tardes, tardes tan anteriores como el pasado y la memoria. Y lo podía asegurar sin percatarse de que la casa de esa tarde no era la casa que había dejado hacía pocas horas, en una mañana de una calle y una ciudad que también creía la misma. Ni era la casa de ayer, ni la de la semana pasada, ni la que compró o sólo alquiló un día también pasado.
Y aun diremos que esa creencia de volver a la misma casa, en la tarde de aquella mañana de Sol o, tal vez, de fina lluvia, se aposentaba cada tarde, o a cada instante, en un hombre distinto. Y así esos hombres sucesivos pensaban ser sólo uno y el mismo, y también creían que su casa -la sucesión de casas que compartieron- les abría sus puertas cada tarde, en una sucesión de calles, ciudades y países tan razonablemente convencidos de ser los que eran y tan orgullosos de perseverar en su ser como en las mejores familias.
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