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miércoles, noviembre 09, 2022

Dietario laboral: pecunia olet

Una reunión a media mañana en un lugar alejado del trabajo es una invitación a un desasosiego aún incierto a primera hora, qué hacer antes, qué después, desasosiego mitigado por un impulso logístico que le lleva a acercarse a la pescadería.

Del mercado al otro edifico público transita con la bolsa de plástico en la mano, pero poco antes de llegar la introduce en la mochila, no demasiado llena afortundadamente, donde acompañará a un cuaderno y dos bolígrafos, un lapicero y un frasco de líquido con gamuza adjunta  para limpiar las gafas, otras gafas, dos pinzas de tender la ropa; sí, dos tizas de tender la ropa, un llavero, una armónica en Do, tiritas y otros artículos de primera necesidad que, de pertenecer al reino mineral, representarían dignamente a las rocas sedimentarias y también a los terrenos de aluvión.

Inmerso en plena Operación Bacaladilla se introduce en la sala de reuniones, tras no pocas dudas insalvables y opciones inmanejables y desechadas, con su paquete clandestino, atento a las miradas delatoras, acompañadas con toda seguridad de alguna agitación de las aletas de la nariz, a la espera de la desaprobación preconciliar.



gefährlich leben!


Leemos en el manual que el olor es un principio que alcanza a toda materia y si no lo hace, ya está ahí el grosero agente sensible que confundirá lo que sea preciso confundir, odorare est odorari o como se diga. Así, la naturaleza metonímica de los olores incrementa la inane y vacua paranoia de quien se sabe a punto de captura en el renuncio que le alegrará el día al prójimo accidental de la mañana.

Ha dejado la mochila al pie de la silla, y luego la cambia de lado, comprueba la cremallera; ahora debe abrirla para utilizar el bolígrafo y subrayar algo en la fotocopia que le entregó al llegar una persona que parecía dotada de un agudo sentido del olfato y que acabará, a la salida, en la mochila junto a las tiritas, que tal vez se apliquen algún día a la piel magullada de un hombre pez.

Espía de cualquier vibración que estreche las narinas, profeta de alguna sinestesia de las que se mueven a través de las coanas, más favorables literariamente a las magdalenas o incluso a las croquetas de bacalao, ve avanzar el orden del día como avanza la infantería pesada el día después de la lluvia, cuando el petricor pasó y ya no queda sino el recuerdo chirle de las vacas.

Ha evitado los corrillos finales, sale sin respirar en lo que parece un silogismo reptiliano a cuya conclusión obedece como obedecía aquel fraile, plenamente convencido, a las de Zenón .

Y se va como quien ha pisado algo y teme que su zapato es manantial inagotable. 

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