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lunes, noviembre 14, 2022

Dietario laboral: camaradas por un día

Entre las categorías de personas que cada uno de nosotros ha podido conocer, se encuentra la de quienes tratamos durante unas pocas horas, en unas pocas ocasiones, que aparecieron y desaparecieron, conocidos que -apurando la tontería del lenguaje y la terminología de la música pop- podríamos llamar one meeting acquaintances y con los que establecimos una relación en algún sentido simétrica y, en otro y en muchos casos, absolutamente disímil.

Tal es el caso de alguien cuyo nombre inconfudible (si bien algo importante habrá que decir más tarde acerca de este asunto) he encontrado hoy en un boletín oficial, Antonio Juan-Gandarias Acequia, propietario de una finca rústica a punto de ser expropiada, donde hay que observar que "Juan-Gandarias" funge de patronímico y no es ni más ni menos que el primer apellido de un personaje de nombre Antonio y que apareció el primer día del curso del primer año de carrera y nunca más volvimos a ver.

Se presentó en la segunda clase de la primera mañana como profesor de la asignatura, expuso un planteamiento general del curso y a la media hora nos invitó a acompañarle a la cafetería para seguir allí con las explicaciones. Solo bajamos cinco de los muchos que ocupábamos los pupitres.

Descartamos al día siguiente y sigo descartando yo ahora que fuera un alumno de cursos superiores que intentara gastarnos alguna novatada o broma, pues no hubo nada especialmente molesto, confuso o raro en su clase si descontamos el hecho de que dejó el aula mucho antes de lo que debía y que generosamente se dejó algún dinero en un sotano de la facultad que pronto se nos hizo familiar.

En la cafetería nos invitó a unos cafés y a pinchos de tortilla (encargó y pagó una tortilla entera para los seis que éramos) que consumimos con cierta intranquilidad ante la preocupante mirada de Santa Lucía, quien desde un óleo muy renegrido nos miraba con sus inexplicables ojos de la cara y con los que lo habían sido y que ahora se mostraban desde una bandeja.

Recuerdo una intervención suya muy concreta. Nos habló de la traducción española reciente de un libro del alemán Hans Mayer, que Taurus publicó en 1977, muy poco después de la aparición del original alemán. El libro, que no dejaré de recomendar al lector, se tituló en español Historia maldita de la literatura cuando el original alemán era Aussenseiter, más fielmente vertido al inglés -a favor de la parte de su arquitectura que es común a ambas lenguas- como Outsiders. En francés fue, también razonablemente, Les marginaux. Los títulos de las tres traducciones se hicieron acompañar de perífrasis más extensas y analíticas. Todo esto último tuve ocasión de saberlo después, pues lo que nuestro segundo profesor universitario dijo del libro había despertado una curiosidad que, si no capaz de empresas más serias, al menos siempre se me ha activado recurrentemente ante las menciones más o menos aleatorias de Mayer, de los malditos, de los marginales y de los alemanes.



Your inner fish


Para Juan-Gandarias, el título español era una auténtica piedra de escándalo, recuerdo que esas mismas palabras utilizó para luego extenderse en otras precisiones biblícas, etimológicas y  de ingeniería civil que ahorraré al lector. A las once en punto, muy bruscamente, se levantó y se fue. Nosotros volvimos al aula, a las clases al uso, a lo que imaginábamos que eran las clases al uso y a lo que las semanas, meses y años subsiguientes comprobamos que efectivamente lo eran.

Al día siguiente, el segundo día de nuestra vida universitaria, otra persona apareció a la hora prevista en el aula, nos dio otro nombre, se disculpó por no haber podido acudir a nuestra primera cita, no supo contestar a las preguntas sobre el "auténtico profesor de la asignatura", y nos dio sus lecciones desde ese octubre hasta casi el final de la primavera.

Hace muchos años de esto y solo en una ocasión antes de hoy el recuerdo de este personaje me ha visitado. En 2007, tres de los cinco alumnos de aquella clase que no fue al uso, la de la cafetería en el semisótano, la que presidió vigilante Santa Lucía, nos reunimos -como hemos hecho unas cuantas veces a lo largo de los años- y en esa ocasión, tras algún recodo extraño de la conversación, dimos en recomponer nuestros recuerdos de Juan-Gandarias.

De hecho, fue ese día de hace unos quince años cuando supe el nombre completo del personaje y uno de nosotros reveló al resto otro elemento de la historia. Al parecer, en la primavera en que el primer curso estaba ya a punto de concluir, se encontró con el profesor que no fue.

-No sé muy bien por qué le saludé y hasta le pregunté por su súbita desaparición. Era en la calle Marcial y el hombre salía de un restaurante que había allí. No me dijo nada y me entregó una fotocopia con un poema y con su nombre, supongo.

Nuestro amigo, hombre formal se comprometió a remitirnos una copia del poema y así lo hizo a los pocos días. En cuanto a su autor, no sabemos nada de él, ni siquiera si ese nombre corresponde al bulto que apareció por clase, por la cafetería y por la calle del bilbilitano Marcial, y en esto último hay que confiar en nuestro compañero. No sabemos si el poema es suyo. Naturalmente, dedicamos parte de aquella amigable reunión, como hago yo ahora, a ponderar las hipótesis acerca del personaje y su aparición fugaz. En 2007, la idea de más éxito entre los gin tonics es que se trataría de un desequilibrado, de alguien al que su formación intelectual habría acentuado alguna inestabilidad mental, o como deba decirse esto último, un antiguo alumno que aún merodease por la facultad y fingiera, cuando podía hacerlo, ser un profesor. No fue esta, sin embargo, la única teoría razonable sobre el suceso y estoy en condiciones de asegurar al lector que hubo otras más o menos verosímiles y unas cuantas, más que radicales o ridículas, sencillamente insultantes.

La novedad del día de hoy es que el boletín nos garantiza que existe o ha existido un individuo de tal nombre, propietario de una finca rústica, según algún registro que no investigaremos, y que no ha dejado otra huella más que la firma del poema que transcribimos a continuación, eso si la historia de la calle Marcial no fue una ficción desinteresada y alegre de nuestro amigo.

Hay en el aire una polvareda de agua

que propende a lo opaco, a lo tangible

una mancha que nos toma por blanco

nos rodea y nos ahoga, que fragua

 

como sólida. Traza hora una pausa

y temo que enorme se demasíe,

nos inunde de espuma y de cerveza

en este ocio de vida sin más causa

 

que el dejar pasar las nubes, las lluvias,

los fríos y las nieblas, retornar

más crueles a sangrarnos con cinceles

 

mientras agua y polvo, este gris remojo

no nos dejan siquiera lamentar

que el tiempo, de la sangre arrastra el rojo.

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