Varias formas de la superstición: Comprendemos los reveses que sufrimos en referencia a nuestras expectativas. En ocasiones, la predicción nos ahorra la desgracia. En otros, es su seguro heraldo. Los reveses imprevistos se entenderán destacados sobre el fondo de las predicciones realizadas al modo de un tropo inesperado. Ser supersticiosos nos hará propender al barroquismo de las palomas supersticiosas y barrocas.
Naturalmente, la predicción racional sólo se entiende como abstención o como una asignación favorable de probabilidades a, precisamente, los resultados de su cálculo: por otro lado, tal escenario no es el más frecuente en nuestras actuaciones. Más bien imaginamos o tememos consecuencias que nos llaman la atención por la incomodidad o dolor que producirían de darse y no por valoración de ese coste en conjunción con su probabilidad.
Se abre aquí la cuestión de cómo nuestras expectativas –como si fueran causas- se conjugan con los efectos. La probabilidad del efecto si lo esperamos (y, como decimos, lo esperamos por azar de nuestro temor y no tras cálculo reposado y espinoso) sería la probabilidad de haberse dado la expectativa si se ha producido el efecto por la de éste y partido por la de la expectativa. Como se puede razonar, la probabilidad de la expectativa para las almas temerosas puede ser más alta cuanto más grave sea la consecuencia. Con lo cuál si uno teme mucho, es posible que el gran denominador haga pequeña aquella probabilidad y que no sufra demasiados males precisamente por haberlos imaginado.
Es muy verosímil, sin embargo, que el alma débil alterne entre el temor por las contingentes desgracias y la esperanza irreflexiva de grandes bienes; con ello lo razonado se va al traste, porque el temeroso es el que piensa en todo y se equivoca mil veces por cada error.
Naturalmente, la predicción racional sólo se entiende como abstención o como una asignación favorable de probabilidades a, precisamente, los resultados de su cálculo: por otro lado, tal escenario no es el más frecuente en nuestras actuaciones. Más bien imaginamos o tememos consecuencias que nos llaman la atención por la incomodidad o dolor que producirían de darse y no por valoración de ese coste en conjunción con su probabilidad.
Se abre aquí la cuestión de cómo nuestras expectativas –como si fueran causas- se conjugan con los efectos. La probabilidad del efecto si lo esperamos (y, como decimos, lo esperamos por azar de nuestro temor y no tras cálculo reposado y espinoso) sería la probabilidad de haberse dado la expectativa si se ha producido el efecto por la de éste y partido por la de la expectativa. Como se puede razonar, la probabilidad de la expectativa para las almas temerosas puede ser más alta cuanto más grave sea la consecuencia. Con lo cuál si uno teme mucho, es posible que el gran denominador haga pequeña aquella probabilidad y que no sufra demasiados males precisamente por haberlos imaginado.
Es muy verosímil, sin embargo, que el alma débil alterne entre el temor por las contingentes desgracias y la esperanza irreflexiva de grandes bienes; con ello lo razonado se va al traste, porque el temeroso es el que piensa en todo y se equivoca mil veces por cada error.
1 comentario:
Encantador :-)
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