En la tapia de una fábrica, la que daba a un campo donde año a año se alternaba la alfalfa con algún otro cultivo, se leía un “Viva don Juan” tachado –sin mayores problemas se leía la proclama debajo y al lado de las tachaduras– y un amigo me dijo que era una pintada de los carlistas. Sería más o menos en 1969 y mi amigo se equivocaba de preferencia dinástica.
Lo que yo no comprendí entonces es que las tachaduras corrían a cargo de la policía o de algún funcionario municipal. Imaginé que el nocturno carlista –que se había ido además bien lejos para manifestar su preferencia-, después de delinear a brochazos su mensaje, lo había tachado. Eso era para mí la señal de que se trataba de un aviso valioso, para iniciados.
El funcionario emborronador, como he apuntado, no había conseguido otra cosa que subrayar el mensaje, aportarle un aura insuperable, y creo que eso abre otra línea explicativa para mi hipótesis de un único autor.
Por extrapolación, cabría considerar que todo mensaje mistérico u oculto se aprovecha de alguna censura inhábil o de un gesto mal interpretado; que lo que rodea todo prestigio no es algo muy distinto de, por ejemplo, una lista de la compra o un programa de fiestas.
Lo que yo no comprendí entonces es que las tachaduras corrían a cargo de la policía o de algún funcionario municipal. Imaginé que el nocturno carlista –que se había ido además bien lejos para manifestar su preferencia-, después de delinear a brochazos su mensaje, lo había tachado. Eso era para mí la señal de que se trataba de un aviso valioso, para iniciados.
El funcionario emborronador, como he apuntado, no había conseguido otra cosa que subrayar el mensaje, aportarle un aura insuperable, y creo que eso abre otra línea explicativa para mi hipótesis de un único autor.
Por extrapolación, cabría considerar que todo mensaje mistérico u oculto se aprovecha de alguna censura inhábil o de un gesto mal interpretado; que lo que rodea todo prestigio no es algo muy distinto de, por ejemplo, una lista de la compra o un programa de fiestas.
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