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domingo, febrero 17, 2008

Cunctator

Vemos los campos despejados entre las lomas y los montes más lejanos. Imaginemos que dos ejércitos se dan cita aquí, con espacio para lidiar. Si un concierto es un combate, todo combate exige un concierto notabilísimo. Ninguno de los dos pensó que era mejor dejarlo para más tarde, que ése no era el momento conveniente. Vencieron la impaciencia o la necesidad de esos animales de muchas cabezas. O tal vez los generales no sabían cómo gobernar un ejército diluido entre bosques y roquedos, bajo el sol o bajo la ventisca, y la puntualidad en tamaña cita era sólo un miedo mayor.
Retrasar decisiones se considera también como vicio aunque aquí se hable de animales de sólo dos brazos y sólo una cabeza. Puede pensarse incluso que el destino inapelable de la movilización, la batalla y la muerte, puede facilitarnos analogías para toda nuestra vida. Obsérvese que es la batalla, decimos, la que define a los ejércitos. Dudamos, en cambio, que sean el triunfo o el fracaso los que permitan hablar de vida. Obsérvese también que “vida” es una de esas palabras cuyo significado se mueve de la neutralidad a la valoración positiva, y esas modulaciones son incompatibles en cada predicación. Quizá, toda biografía está destinada a no ser, de puro vacía e indiferente, que sea la casualidad improbable o precisamente el huir de las citas que se dan como inevitables, lo que hace que una vida lo sea.

Tomado de Pierre Valpierre, Esquisse d’une ontologie stupéfiante, grotesque et cavernaire, Briançon, Éditions Hexagone, 2007

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