Sigo huellas de otros, que imagino verticales sobre la breve pisada, verticales más allá sobre la siguiente, aún más breve. Algunos de estos fantasmas simpáticos que me han precedido van y han vuelto. De otros, a esta hora de la tarde, cabe preguntarse dónde se habrán metido para cuando la noche haya helado los dibujos de las suelas. Conviven el corzo y la extraña fauna de la motocicleta: nada es perfecto. Cuando regresamos sobre nuestras huellas, cuesta abajo, aceleramos y asustamos a otro corzo. Está lustroso, pero nos parece lento: la rara euforia del frío y el ejercicio físico.
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