No diríamos tanto que la puerta no se había acabado de cerrar. Era que todavía no había sonado el portazo. Pero esa fracción de tiempo se refiere al retraso habitual de la conciencia, que con sus múltiples espejos a veces lo vive como un adelanto o revestido de los andrajos de la profecía, tal como hay muchos que revisten sus palabras con las guirnaldas del torpe verso.
Se imaginó a sí mismo lamentando la puerta cerrada, infranqueable, y él fuera. Así estaba, estuvo, estoico, unos segundos hasta que recordó haber ya recordado la obvia solución.
Y se recordaba también cuando recurrió al vecino, balcón con balcón, para forzar levemente la puerta que daba a éste, apenas protegida por dos macetas y mal cerrada, como siempre. Sobrevivía aún la memoria del vago alivio que sintió, tras cabalgar no sin cierta agilidad sobre la verja que separaba -a unos quince metros sobre el suelo- las dos propiedades, sobrevivía agridulce entre la desolación y el tenue eco de la mera constatación: la de comprobar que, pese a algún indicio menor, insiginificante casi, aquélla no era su casa, que de allí no había salido nunca, que no se le esperaba.
Se imaginó a sí mismo lamentando la puerta cerrada, infranqueable, y él fuera. Así estaba, estuvo, estoico, unos segundos hasta que recordó haber ya recordado la obvia solución.
Y se recordaba también cuando recurrió al vecino, balcón con balcón, para forzar levemente la puerta que daba a éste, apenas protegida por dos macetas y mal cerrada, como siempre. Sobrevivía aún la memoria del vago alivio que sintió, tras cabalgar no sin cierta agilidad sobre la verja que separaba -a unos quince metros sobre el suelo- las dos propiedades, sobrevivía agridulce entre la desolación y el tenue eco de la mera constatación: la de comprobar que, pese a algún indicio menor, insiginificante casi, aquélla no era su casa, que de allí no había salido nunca, que no se le esperaba.
1 comentario:
Ayer mismo les leía "Wakefield" de Hawthorne a unos alumnos. Casi todos aprovechaban para estudiar un examen, pero, por milagro, alguna escuchaba eso de: "Amid the seeming confusion of our mysterious world, individuals are so nicely adjusted to a system, and systems to one another and to a whole, that, by stepping aside for a moment, a man exposes himself to a fearful risk
of losing his place forever". Dicho, claro, en la vieja versión de Austral.
El balcón, como sabes porque te lo he contado o leíste en ese sitio, era el del sexto piso de la casa esa que tenía (¿tiene?) un mercado abajo y/o un pasaje, que se coloca casi en frente de la parte de la plaza del ayuntamiento más cercana a la Escuela de Artes y Oficios. Entonces no había plaza de ayuntamiento sino cuartel. El balcón estaba separado del del vecino por una verja, el vecino era hijo de un guardia civil y le distinguía una compartida afición a los tiragomas de empuñadura de madera. Cuando el vigilante decidió pasar por encima de la verja pudo conseguir lo del "losing his place forever", pero tan solo se vio en el otro balcón. Buscó la puerta de salida y llamó a la puerta de enfrente. Salió a abrirle gente conocida, algo sorprendida de que entrara sin haber salido.
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