La institución del paseo se ha disuelto como la memoria en la memoria. Seguramente, porque sólo paseamos en el pasado. O salimos a nuestras obligaciones, o a ejercitarnos, o a dar una vuelta. Pero el paseo corresponde a una figura humana que nos es tan próxima o tan ajena como nuestro propio pasado imaginado. No nos daremos un paseo. Nos habremos dado un paseo.
Si me voy a pasear, soy sospechoso de querer esfumar un conflicto doméstico. Me voy a tomar un café o a por tabaco. Si mañana nos damos un paseo, mi plan está expresado con una marca de obsolescencia que la buena voluntad redime.
Un paseo es ya siempre un paseo aleatorio, con la escenografía de la intención y de la ciencia -de la razón, que es determinismo-, todos flâneurs para vencer el pirronismo y el muro donde, al fin, es seguro que acaban ¿nuestros? pasos.
Si me voy a pasear, soy sospechoso de querer esfumar un conflicto doméstico. Me voy a tomar un café o a por tabaco. Si mañana nos damos un paseo, mi plan está expresado con una marca de obsolescencia que la buena voluntad redime.
Un paseo es ya siempre un paseo aleatorio, con la escenografía de la intención y de la ciencia -de la razón, que es determinismo-, todos flâneurs para vencer el pirronismo y el muro donde, al fin, es seguro que acaban ¿nuestros? pasos.
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