Si el olfato es el sentido de la memoria inesperada y el tacto, el de los jardines de la diplomacia, la vista sigue siendo el sentido de la decepción. Un sabor o un olor conocido nunca nos será extraño, pero podemos no reconocer a los más próximos cuando nos hacen señales desde el otro lado de la calle o cuando nos hablan desde el otro lado del teléfono. Y eso sin forzar demasiado las circunstancias, la luz, la escasa luz, la jaqueca o los atavíos.
Cuando no vemos sino un extraño en el amigo que no reconocemos, nos convertimos inmediatamente en unos extraños para nosotros. Me explico: Yo me convierto en un extraño para mí. Algo ha cambiado. Al menos durante unos segundos, el mundo y nuestra biografía ha cambiado como si otras hubieran sido las opciones ante las bifurcaciones (caudinas siempre) de la vida.
Sin embargo, la cosa no es grave porque solemos tener el entrenamiento matinal del espejo para recibir siempre la mirada y la visita de un extraño. El más extraño de todos.
Cuando no vemos sino un extraño en el amigo que no reconocemos, nos convertimos inmediatamente en unos extraños para nosotros. Me explico: Yo me convierto en un extraño para mí. Algo ha cambiado. Al menos durante unos segundos, el mundo y nuestra biografía ha cambiado como si otras hubieran sido las opciones ante las bifurcaciones (caudinas siempre) de la vida.
Sin embargo, la cosa no es grave porque solemos tener el entrenamiento matinal del espejo para recibir siempre la mirada y la visita de un extraño. El más extraño de todos.
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