El videoarte. Los millones lo ven a través de reportajes videográficos que muestran las disarmonías y contrapuntos de los escalonados receptores. Como la pintura de pinturas, se diría, pero no es así del todo. El fragmentarismo aparente como retórica perpetua del videoarte se dobla así en las prisas de la grabación y el montaje apresurados.
Cabe sospechar que el videoarte haya heredado falsamente un prestigio de la televisión, que es la capacidad de ver lo que está en otro lado y simultáneamente a cuando se da o produce (dentro de lo que cabe, que diría Einstein). Así, el espectador desavisado puede suponer contigüidad (la contigüidad que median la emisión y la recepción televisivas) a lo que ve en los parsiominiosos monitores del museo.
Lo cual nos hace pensar en la potencia, generalmente no reconocida, con que la mimesis sigue operando. Y eso sin contar con los innecesarios discursos legitimadores de un género artístico hace unas décadas novedoso: la realidad y su representación lo exigían.
Como nos llega el video dentro de un video, me limito a este conocimiento de antología apresurada, a mi felicidad filistea, a mi otro perro con ese hueso.
Cabe sospechar que el videoarte haya heredado falsamente un prestigio de la televisión, que es la capacidad de ver lo que está en otro lado y simultáneamente a cuando se da o produce (dentro de lo que cabe, que diría Einstein). Así, el espectador desavisado puede suponer contigüidad (la contigüidad que median la emisión y la recepción televisivas) a lo que ve en los parsiominiosos monitores del museo.
Lo cual nos hace pensar en la potencia, generalmente no reconocida, con que la mimesis sigue operando. Y eso sin contar con los innecesarios discursos legitimadores de un género artístico hace unas décadas novedoso: la realidad y su representación lo exigían.
Como nos llega el video dentro de un video, me limito a este conocimiento de antología apresurada, a mi felicidad filistea, a mi otro perro con ese hueso.
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