La inteligencia artificiosa, como corresponde a este adjetivo, se ha de tomar siempre en el sentido débil. Sin embargo, podíamos decir que nada es fuerte si nos referimos a inteligencia, ese invento que el loco Frederico no dudaría en atribuir a Sócrates, a Cristo, o a otros reos. Frederico seguramente sería partidario de los algoritmos genéticos, porque le sonarían a muta, a horda germánica, a ante la duda, la más cojonuda, como si esto último no fuera sino el simulacro de un lábil jugador de tute, chinchón o julepe. Pero la inteligencia ciega de la voluntad es un invento del narrador, como lo es la armonía que sabe encontrar el conductor de pueblos y de autobuses:
Sucedió que Oraa dispuso que se diera el toque de alto, y el corneta de órdenes, sin saber lo que hacía, distraído o alucinado, ebrio quizás del frenesí batallador, tocó ataque, y lo mismo fue oír el estridor guerrero, lanzáronse unos y otros monte arriba con ordenado y rápido movimiento, rivalizando en ardor los que el General traía con los que allí encontró. Quiso Oraa contenerles y que se cumpliera su mandato, mal interpretado por el corneta; Espartero, con mejor instinto y rápido golpe de vista, se aprovechó de aquel felicísimo arranque de la tropa, y con llama de inspiración, vio que era llegado el momento de seguir el impulso de los inferiores, de la gran masa bélica. Esta tomaba la iniciativa; esta, en un fugaz espasmo colectivo, dirigía y mandaba. Procedía, pues, favorecer este arranque, dirigirlo, extremarlo, y no permitir que desmayara.
El azar de un corneta piripi hace acortar la batalla y batir a los carlistas sitiadores. Don Benito había adelantado la interpretación sintética: "O la casualidad o un imprevisto accidente produjeron hechos contrarios a lo que la rutinaria lógica de los caudillos disponía." Pero él sabía bien que la enálage servía para destacar al hombre del momento, ese conocido jugador en el casino a decir de alguno, al hecho que no era rutinario. Pero, ¿quién acierta?
Sucedió que Oraa dispuso que se diera el toque de alto, y el corneta de órdenes, sin saber lo que hacía, distraído o alucinado, ebrio quizás del frenesí batallador, tocó ataque, y lo mismo fue oír el estridor guerrero, lanzáronse unos y otros monte arriba con ordenado y rápido movimiento, rivalizando en ardor los que el General traía con los que allí encontró. Quiso Oraa contenerles y que se cumpliera su mandato, mal interpretado por el corneta; Espartero, con mejor instinto y rápido golpe de vista, se aprovechó de aquel felicísimo arranque de la tropa, y con llama de inspiración, vio que era llegado el momento de seguir el impulso de los inferiores, de la gran masa bélica. Esta tomaba la iniciativa; esta, en un fugaz espasmo colectivo, dirigía y mandaba. Procedía, pues, favorecer este arranque, dirigirlo, extremarlo, y no permitir que desmayara.
El azar de un corneta piripi hace acortar la batalla y batir a los carlistas sitiadores. Don Benito había adelantado la interpretación sintética: "O la casualidad o un imprevisto accidente produjeron hechos contrarios a lo que la rutinaria lógica de los caudillos disponía." Pero él sabía bien que la enálage servía para destacar al hombre del momento, ese conocido jugador en el casino a decir de alguno, al hecho que no era rutinario. Pero, ¿quién acierta?
2 comentarios:
Aunque la realidad sólo a veces se ponga piripi -cual su trompeta- la inteligencia en pocas ocasiones logra cumplir con los imperativos de aquélla. Inteligencia vs. artificio y/o flores de la habilidad. Inteligencia vs. tiempo que cruje y aprisiona. Inteligencia vs. la Nada, el Vacío, o el Totum revolotum aquel...
Gracias, siempre, por su Locus Solus.
The only one.
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