Al morir, toda una vida pasa por delante de sus ojos, pero comprueba que ésa no es su vida. No que la vea como lejana o ajena, desde una otredad de prestigios intelectuales que parecería rimar con la situación. Es que es la vida de otro y punto. Le da tiempo a pensar en peligrosos descuadres el día del juicio. A que uno se lleve un premio o un castigo inmerecido. Un follón contable en el día de cierre del ejercicio. Pero se está muriendo y toda una vida pasa por delante de sus ojos. Descubre -ahora es el último suspiro- que la narración es acertada y que, por algún azar indescifrable, se ha pasado toda su vida cargando con los días y las olvidables noches de otro.
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