Aunque en alguna época he leído a Churchill y sobre Churchill, reparo -a la altura de la página 800 de Las benévolas- en que sumo muchas más páginas sobre los personajes del Tercer Reich y su fondo de armario que sobre De Gaulle, Churchill y Roosevelt, o sobre Patton -que se nos antoja escasamente apolíneo: de endomingadillo militar en la película de Schaffner a Darth Vader moribundo en la secuela de Mann -, sobre Eisenhower o sobre los mariscales contrachapados de Stalin. De éste me temo que seguiría en la prelación y la cantidad de páginas leídas. Como se ve, se concluye que las democracias son aburridas.
Me temo que lo mío es el caso general y democrático. Nos atraen los perdedores, los asesinos y, como ahora se dice, los freakies, que de las tres categorías tenían los caballeros de la Wermacht, del NSDAP y de las otras siglas que reunían a la flor y la grana de la universidad y de la canalla alemanas. Si nos ponemos biologicistas, como tales caballeros solían a su manera, habremos de recordar con paradójica nostalgia la unidad de la especie humana, lo que no deja de acercarnos a la otra paradoja, la que une por siempre a vencedores y vencidos.
Me temo que lo mío es el caso general y democrático. Nos atraen los perdedores, los asesinos y, como ahora se dice, los freakies, que de las tres categorías tenían los caballeros de la Wermacht, del NSDAP y de las otras siglas que reunían a la flor y la grana de la universidad y de la canalla alemanas. Si nos ponemos biologicistas, como tales caballeros solían a su manera, habremos de recordar con paradójica nostalgia la unidad de la especie humana, lo que no deja de acercarnos a la otra paradoja, la que une por siempre a vencedores y vencidos.
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