La extinción del linaje de un individuo no es la de una especie, ni la de una familia. Ni es necesariamente una mala noticia para el genoma de tal individuo. Tomo una familia por el azar de la contigüidad y de ella un segmento generacional que es, grosso modo, el de los que ya han sido ampliamente abuelos. Cuento un total de 12 individuos; de ellos, hay 3 sin descendencia. Uno con un descendiente sin descendencia. De esos doce individuos, una tercera parte ya no tendrán sucesores directos tras dos generaciones.
El cálculo lleva a una probabilidad meláncolica o a otra probabilidad paradójicamente melancólica. Al parecer, con el paso de unos cuantos siglos, de mil años, o la estirpe del individuo se ha extinguido –lo que ha de suceder más bien pronto- o abarca a millones.
Un sociobiólogo se siente apoyado por este resultado pues sostiene que el individuo maximiza idealmente la transmisión de sus genes, que no los lleva sólo él. Es mala estrategia la de poner todos los huevos en la cesta de los sucesores directos, al menos cuando éstos son más bien pocos.
En cuanto a los animales domésticos, su estirpe queda signada por la voluntad del mamporrero. O por la del hijo del mamporrero.
El cálculo lleva a una probabilidad meláncolica o a otra probabilidad paradójicamente melancólica. Al parecer, con el paso de unos cuantos siglos, de mil años, o la estirpe del individuo se ha extinguido –lo que ha de suceder más bien pronto- o abarca a millones.
Un sociobiólogo se siente apoyado por este resultado pues sostiene que el individuo maximiza idealmente la transmisión de sus genes, que no los lleva sólo él. Es mala estrategia la de poner todos los huevos en la cesta de los sucesores directos, al menos cuando éstos son más bien pocos.
En cuanto a los animales domésticos, su estirpe queda signada por la voluntad del mamporrero. O por la del hijo del mamporrero.
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