Se me informa de que el pase se explica a partir de cierta edad, lo que convierte los partidos entre niños en una exhibición de bajos instintos. Sin embargo, la esencia del juego es el pase y sólo hay belleza intrínseca en el pase y en el movimiento de conjunto: en el límite sin pase, los movimientos que permiten al compañero con el balón ganar un espacio hacia la canasta. Lo demás es una danza más o menos afortunada, pero ajena; necesaria, ciertamente, pero que se refiere a capacidades individuales no consolidables en una actividad colectiva. Si aquéllas se igualan en promedio, será el equipo quien gane los partidos.
El niño juega solo o el niño juega ante otro niño, o ante un juez de severidad contenida, nos informan los filosofastros, algunos psicólogos marchitos o los literatos durmientes. Ahora bien, el niño no tiene por qué jugar. Debe aprender a pasar la pelota y a jugar a un juego de equipo. No importa que no esté jugando, porque para jugar hay que aprender. Que algo sea un juego, hasta el arduo aprendizaje, debe venir después o ser un alegre resultado colateral.
(Somos incapaces de definir juego, por lo que no es obligatorio ni es conveniente poner un supuesto juego entre el lugar que ocupamos y nuestro objetivo.)
El niño juega solo o el niño juega ante otro niño, o ante un juez de severidad contenida, nos informan los filosofastros, algunos psicólogos marchitos o los literatos durmientes. Ahora bien, el niño no tiene por qué jugar. Debe aprender a pasar la pelota y a jugar a un juego de equipo. No importa que no esté jugando, porque para jugar hay que aprender. Que algo sea un juego, hasta el arduo aprendizaje, debe venir después o ser un alegre resultado colateral.
(Somos incapaces de definir juego, por lo que no es obligatorio ni es conveniente poner un supuesto juego entre el lugar que ocupamos y nuestro objetivo.)
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