La didáctica transmuta la semántica de un relato, la fábula espera sus anclajes. Supongamos, por otro lado, una apología sin objeto ni destinatario, sin anclajes en el mundo; no con una variable que valga para un tirio, para un troyano o para los dos: Digamos que con la retórica habitual, pero sin que todo se erija en unitaria y cabal apología, que exige sujeto defendedero.
Y es que los géneros no son sólo cuestión de sus leyes o de sus principios. Son, para decirlo a la manera del físico o del matemático o del físico-matemático, cuestión de condiciones iniciales y de condiciones de contorno. Porque los principios son pocos y poco menos que vacíos. Lo que es peor, son hasta triviales. La realidad es poner las piezas en las casillas de salida, que eso es lo difícil. Las reglas caben luego en media página.
Así lo que el cuento enseña demanda una aplicación si se quiere menos gratuita que la amena historia de zorras y uvas que acabamos de leer. Lo que se espera de la apología es un lugar en el mundo, o en la ciudad, para saber contra quién disparamos nuestros dardos y a quién prestamos nuestro escudo.
Y es que los géneros no son sólo cuestión de sus leyes o de sus principios. Son, para decirlo a la manera del físico o del matemático o del físico-matemático, cuestión de condiciones iniciales y de condiciones de contorno. Porque los principios son pocos y poco menos que vacíos. Lo que es peor, son hasta triviales. La realidad es poner las piezas en las casillas de salida, que eso es lo difícil. Las reglas caben luego en media página.
Así lo que el cuento enseña demanda una aplicación si se quiere menos gratuita que la amena historia de zorras y uvas que acabamos de leer. Lo que se espera de la apología es un lugar en el mundo, o en la ciudad, para saber contra quién disparamos nuestros dardos y a quién prestamos nuestro escudo.
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