La dignidad es idea cara al progresismo. Por lo menos, es cara al progresismo porque es posible que su estructura como idea no sea más que un simulacro. Esta dignidad de la que hablamos no es la dignidad episcopal cuyo correlato pictórico a su destino es tan barroco como lo era Valdés Leal. O no debería serlo. Y como no debe serlo, ha de ser otra cosa que haya escapado del gusano póstumo y del agusanamiento de la gravedad o el decoro que uno sólo se puede permitir "en la medida de sus posibilidades", por decirlo al modo del clásico.
Porque la dignidad contempóranea estaría en la mirada de los circunstantes y, al mismo tiempo -políticas redistributivas obligan- , sería un regalo al pobre que le envían la administración y sus técnicos sociales.
Entonces, la dignidad ahora transmitida graciosamente por los funcionarios especializados no sería, por así decir, ganada por el individuo; pues sólo podría ser perdida. Y ello sobre todo si concurren en colusión otros funcionarios adversos o jefes de funcionarios no menos aviesos.
Curiosamente, ese individuo al que los primeros cuidan con esmero no sería digno de algo por sus acciones o méritos, ni siquiera por su condición humana o de ciudadano, pues la dignidad sería ahora una gracia que, como tal, procede de un ser infinito, la administración pública, y a lo infinito se le suele contraponer, porque es lo más sencillo, la nada.
Porque la dignidad contempóranea estaría en la mirada de los circunstantes y, al mismo tiempo -políticas redistributivas obligan- , sería un regalo al pobre que le envían la administración y sus técnicos sociales.
Entonces, la dignidad ahora transmitida graciosamente por los funcionarios especializados no sería, por así decir, ganada por el individuo; pues sólo podría ser perdida. Y ello sobre todo si concurren en colusión otros funcionarios adversos o jefes de funcionarios no menos aviesos.
Curiosamente, ese individuo al que los primeros cuidan con esmero no sería digno de algo por sus acciones o méritos, ni siquiera por su condición humana o de ciudadano, pues la dignidad sería ahora una gracia que, como tal, procede de un ser infinito, la administración pública, y a lo infinito se le suele contraponer, porque es lo más sencillo, la nada.
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