En las tardes de invierno, los pasajes agotados nos recuerdan la historia de las calles y de la ciudad, los míseros y falsamente prometedores pasajes de provincias que acababan condenados a desaparecer de nuestros atajos y de nuestros recorridos más pausados.
Y los pasajes que se quebraban para felicidad del niño que anhelaba algún laberinto y un cambio de perspectiva. Y los pasajes que se repetían a sí mismos desde sus luces mortecinas -un fluorescente que zumba- sus negocios cerrados y su verdad, más verdad que la de las calles y avenidas, al sol o a la lluvia, apolíneas y neoclásicas o, más bien, superficiales.
Y los pasajes que se quebraban para felicidad del niño que anhelaba algún laberinto y un cambio de perspectiva. Y los pasajes que se repetían a sí mismos desde sus luces mortecinas -un fluorescente que zumba- sus negocios cerrados y su verdad, más verdad que la de las calles y avenidas, al sol o a la lluvia, apolíneas y neoclásicas o, más bien, superficiales.
1 comentario:
Justamente, por eso, y al cabo del tiempo, ya de adultos, creemos tener sobre todos esos pasajes rights of passage.
Saludos.
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