A la perpendicular hora del café, una discusión sobre la guerra nos permite recuperar una hipótesis bien conocida. No nos permite, en cambio, concluir que debemos cuidarnos de que otros tengan que cuidarse de nosotros, lo que oblícuamente nos descubre que el consejo de Polonio se pronunciaba en un contexto opaco, pero vamos a la cuestión.
Y ella es que entre los arduos partidarios de la guerra los hay verdaderamente aguerridos y capaces de dejarse matar democráticamente y los hay compensatorios, que a su vez de dividen en hipócritas y cínicos, los cuales se caracterizan por ser poco de fiar en cuanto las cosas se ponen o se pongan mal y con los que yo no iría ni a Oyón ni a la vuelta de la esquina.
Nótese que estamos hablando de partidarios de la guerra y precísese que ser partidario de la guerra no significa necesariamente reconocer la inevitabilidad de la guerra, contar con ella, saber que la paz no es una suma de las imaginarias buenas voluntades de las almas y las almitas bellas. Ahora bien, entre lo positivo y lo normativo se establecen curiosas relaciones que propician una retórica que conviene desenmascarar. La mejor regla al respecto es bien conocida: el buen estratega es el que sabe que su oficio es el último argumento de los presidentes de gobierno y otros mambrúes. También hay que saber cuándo no queda otra.
Nótese que estamos hablando de partidarios de la guerra y precísese que ser partidario de la guerra no significa necesariamente reconocer la inevitabilidad de la guerra, contar con ella, saber que la paz no es una suma de las imaginarias buenas voluntades de las almas y las almitas bellas. Ahora bien, entre lo positivo y lo normativo se establecen curiosas relaciones que propician una retórica que conviene desenmascarar. La mejor regla al respecto es bien conocida: el buen estratega es el que sabe que su oficio es el último argumento de los presidentes de gobierno y otros mambrúes. También hay que saber cuándo no queda otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario