Hay personajes abductores. De ellos se diría que eclipsan la inteligencia de sus seguidores o partidarios. Entiéndase, más allá de todo grado razonable en la ociosa laudatio y por mera gratuidad o mal que bien escondida ausencia de tal. Es el caso de muchos jefes políticos, que son los butragueños de la política: se llevan los mayores elogios por cualquier cosa que nada ha tenido que ver con el gol que se acaba de anotar. Es el caso de Zapatero para los suyos y más el caso de Aznar para no pocos. A algunos nos sorprende más el segundo caso, no por las prendas de uno y otro, sino por la casuística narrativa que nutre una y otra hagiografía.
Sarkozy ha encontrado en nuestro país imprudentes admiradores. Escribe en su blog Santiago González, como de pasada y tras la excursión chadiana de aquél: “Y qué pedazo de presidente se han dado a sí mismos los franceses.” Nótese que el morceau no es el del queso famoso y nótese que decir tal cosa es retórica schusteriana, como si dijera sin decir: “nosotros en cambio...”
Yo, personalmente, aunque todo puede puede cambiar, soy más pesimista y espero más males que bienes de Sarkozy y los seguiría esperando si fuera francés. O si fuera Repsol o si fuera europeo, y en cualquier caso. Eso sí, no me abduzcas todavía, no me abduzcas, por favor..., vaina.
Sarkozy ha encontrado en nuestro país imprudentes admiradores. Escribe en su blog Santiago González, como de pasada y tras la excursión chadiana de aquél: “Y qué pedazo de presidente se han dado a sí mismos los franceses.” Nótese que el morceau no es el del queso famoso y nótese que decir tal cosa es retórica schusteriana, como si dijera sin decir: “nosotros en cambio...”
Yo, personalmente, aunque todo puede puede cambiar, soy más pesimista y espero más males que bienes de Sarkozy y los seguiría esperando si fuera francés. O si fuera Repsol o si fuera europeo, y en cualquier caso. Eso sí, no me abduzcas todavía, no me abduzcas, por favor..., vaina.
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