El hombre salió despacio de su casa. Caminaba con la leve cojera de las mañanas mal dormidas y no podía negarse que su ritmo no era el del común de los viandantes, apresurados a sus asuntos o fugitivos. Él ni quería ni hubiera podido fingir un afán cotidiano y aceptable, porque de todos los hastíos el de las horas tempranas es el más acogedor en su jaula hecha de todas las inercias y alguna pereza íntima y, por decirlo todo, diesel.
Por lo que se refiere al caminar de su intelecto, aseguraremos que esa mañana era igualmente despacioso y suficiente, lejos de sí el esfuerzo en el raciocinio, la memoria o la atención.
La única cuestión que sí hubiera debido plantearse era la de si aquélla era una mañana malamente repetida y -como se dijo- peor dormida o si era, más bien, una imagen comprimida y singularmente acertada de toda su vida.
Por lo que se refiere al caminar de su intelecto, aseguraremos que esa mañana era igualmente despacioso y suficiente, lejos de sí el esfuerzo en el raciocinio, la memoria o la atención.
La única cuestión que sí hubiera debido plantearse era la de si aquélla era una mañana malamente repetida y -como se dijo- peor dormida o si era, más bien, una imagen comprimida y singularmente acertada de toda su vida.
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