La discriminación de las batallas es tarea que viene facilitada o dificultada por el tipo de guerra y por el tipo de ejércitos de que se trate. Y no es asunto baladí. Fácil es en época o en guerra de ejércitos reducidos que marchan por países que las tropas no ocupan de manera extensiva: Coronando el siglo XVIII y abriendo el XIX, Napoleón nos ofrece notables ejemplos para uso de los canteros del Arco del Triunfo parisino. Las guerras insidiosas -póngase los Balcanes- nos ofrecen las mayores dificultades. Incluso, el hecho de que su escala sea reducida en cuanto a las cifras de la movilización impide que ni siquiera la concentración de tropas en un tiempo y un lugar nos pueda dar una pista.
No es asunto baladí, decíamos. Y, en efecto, sin precisa delimitación de la batalla, ésta se queda sin prólogo ni preparación, se queda sin vencedores ni derrotados, sin los cadáveres que pueblan un campo delimitado como en un pic-nic macabro, sin los saqueos o las violaciones consiguientes. Aunque, pensándolo bien, todas estas circunstancias bien puede beneficiarse de tal falta de definición y extenderse a todos los lugares que la guerra visita y a todas las horas asoladas por ella. Y quizá, simplemente, a todas las horas en general.
No es asunto baladí, decíamos. Y, en efecto, sin precisa delimitación de la batalla, ésta se queda sin prólogo ni preparación, se queda sin vencedores ni derrotados, sin los cadáveres que pueblan un campo delimitado como en un pic-nic macabro, sin los saqueos o las violaciones consiguientes. Aunque, pensándolo bien, todas estas circunstancias bien puede beneficiarse de tal falta de definición y extenderse a todos los lugares que la guerra visita y a todas las horas asoladas por ella. Y quizá, simplemente, a todas las horas en general.
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