Nos hemos levantado musicales –parodiamos al poeta– y dispuestos, es un decir, a desempolvar [sic] la zambomba y otros instrumentos percusivos, abusivos y atorrantes. Así que berreamos villancicos a voz en grito, and we keep the cuchufleta flying, a veces con el entusiasmo congelado de un actor de teletienda.
Después, pasamos a otros éxitos que, para desgracia de la humanidad en general, no hemos olvidado y escalamos así los peldaños de la intoxicación alcohólica, scala naturae ésta que tanto ha inspirado a pensadores que piensan que viajan a hombros de un ascensor.
Y pues la tarde se presta a seguir canturreando y batiendo palmas, no pasamos a otra cosa, no vaya a ser que nos dé por leer a Richard Dawkins, Christopher Hitchens o al mismo Martin Amis, autores que, y no sólo por descreídos y cansos, son lo que se dice unos creídos. Y sus villancicos ni riman ni razonan ni nada.
Después, pasamos a otros éxitos que, para desgracia de la humanidad en general, no hemos olvidado y escalamos así los peldaños de la intoxicación alcohólica, scala naturae ésta que tanto ha inspirado a pensadores que piensan que viajan a hombros de un ascensor.
Y pues la tarde se presta a seguir canturreando y batiendo palmas, no pasamos a otra cosa, no vaya a ser que nos dé por leer a Richard Dawkins, Christopher Hitchens o al mismo Martin Amis, autores que, y no sólo por descreídos y cansos, son lo que se dice unos creídos. Y sus villancicos ni riman ni razonan ni nada.
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