La ilusión de la autoconciencia y la idea de Dios como consecuencias prácticamente necesarias de la complejidad de un sistema cuya eficacia proviene de la simplicidad de sus componentes atómicos.
No diremos nada de la autoconciencia, pero la ilusión de Dios puede no excluir que exista un Dios indiferente que no tiene nada que ver con todo lo demás, que nos desconoce y que no es ni acto puro, por ponernos aristotélicos y seguir medianamente estupendos. Y no olvidemos aquí que la argucia de hacernos creer en una inexistencia ha de venir precedida de la argucia objetiva de que lleguemos a creer en la correspondiente existencia.
Incluso la necesaria conclusión (y pensemos que las conclusiones y su necesidad lógica son mero espejismo del alocado y ciego trabajo de las neuronas) de que nos engañamos, que somos ilusión, no deja de ser otro trampantojo y nos convierte así en una sospecha dilapidada, difuminado penúltimo tal vez de aquella autoconciencia.
El paradójico individuo que edifica otras sobre su propia ilusión está condenado a algo peor que a no saber nada. Pongamos que a acertar a veces y sin saber nunca cuándo. Y ello tras construir necesariamente la idea de necesidad, que casualmente se precede a sí misma porque se postula que el sistema ha de llegar a ella, en el raro azar del solipsismo de la pluralidad.
No diremos nada de la autoconciencia, pero la ilusión de Dios puede no excluir que exista un Dios indiferente que no tiene nada que ver con todo lo demás, que nos desconoce y que no es ni acto puro, por ponernos aristotélicos y seguir medianamente estupendos. Y no olvidemos aquí que la argucia de hacernos creer en una inexistencia ha de venir precedida de la argucia objetiva de que lleguemos a creer en la correspondiente existencia.
Incluso la necesaria conclusión (y pensemos que las conclusiones y su necesidad lógica son mero espejismo del alocado y ciego trabajo de las neuronas) de que nos engañamos, que somos ilusión, no deja de ser otro trampantojo y nos convierte así en una sospecha dilapidada, difuminado penúltimo tal vez de aquella autoconciencia.
El paradójico individuo que edifica otras sobre su propia ilusión está condenado a algo peor que a no saber nada. Pongamos que a acertar a veces y sin saber nunca cuándo. Y ello tras construir necesariamente la idea de necesidad, que casualmente se precede a sí misma porque se postula que el sistema ha de llegar a ella, en el raro azar del solipsismo de la pluralidad.
3 comentarios:
Joder, qué sorpresa!. Ya era hora.
(aquí, una miradora)
Pues sí, bienvenida la vuelta, aun con el esfuerzo que nos supondrá a los seguidores...
gracias por volver
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