El vino y sus perturbadoras paradojas (entre ellas la del podemos con un poco más de vino, el infinitésimo que lo cambia todo) y el vino y todas sus metonimias. Y sin contar el vino lenguaraz o deslenguado.
También están las fotos en que aparecemos con pinta de vinateros o de algo parecido y que nos cuesta datar y que han perdido la facultad de reconciliarnos con nuestra juventud ociosa.
En el vino no está la verdad. Están más bien –y como también en otras sustancias- el derecho constitucional y la teología política. El vino facilita un discurso legitimador que, como todos los discursos legitimadores, convoca a sus interesados actores a una comedia al tiempo galante y pueblerina.
Y el sonido del vino y el sonido del vidrio. Jalones para la memoria, donde habita, como en el vino, el olvido.
También están las fotos en que aparecemos con pinta de vinateros o de algo parecido y que nos cuesta datar y que han perdido la facultad de reconciliarnos con nuestra juventud ociosa.
En el vino no está la verdad. Están más bien –y como también en otras sustancias- el derecho constitucional y la teología política. El vino facilita un discurso legitimador que, como todos los discursos legitimadores, convoca a sus interesados actores a una comedia al tiempo galante y pueblerina.
Y el sonido del vino y el sonido del vidrio. Jalones para la memoria, donde habita, como en el vino, el olvido.
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