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domingo, octubre 21, 2007

Domingo. Dos

Quienes se dedican a la enseñanza como funcionarios deben realizar numerosos cursos y cursillos, lo que tiene lugar bajo coartadas de lo más convencional y que se erigen como simulacro ante la inexorable contabilidad de los escalafones.
Existe, sin embargo, una poderosa razón para obligar a tales funcionarios -y a todos los docentes- a seguir estudios, no cursitos y cursillitos de materias más o menos convencionales, sino estudios que les obliguen a recordar algo que deben recordar todos los días.
Han de ser estudios serios-difíciles, exigentes, aquellos que uno evitó en cuanto tuvo edad para hacerlo- y elegidos por ello para cada caso particular.
Y han de mostrar a cada cuál lo torpe que se puede ser y que uno se puede sentir, porque de lo que se trata es de no olvidar que el alumno torpe que sufre ahí delante es cualquiera en una situación bien escogida, un alumno torpe que puede no superar su torpeza particular o que probablemente podrá hacerlo, un mentecato que puede ser sólo un espejo de quien tiene delante o que se halla a un paso de superar su desventaja en los extraños laberintos de nuestras capacidades y nuestros miedos.

1 comentario:

Javier de la Iglesia dijo...

De no ser porque ya hace tiempo que me estás dando ese curso tácitamente (con tazas diminutas) te diría:
"Aquí tienes a un docente-discente, tan ceporro como bien dispuesto..."