El criado que había recibido un talento lo desenterró para enseñárselo, como es sabido con fingida torpeza y torpemente ufano a su amo, regresado al fin de sus viajes interestelares. No le dijo que entre tanto ese talento había viajado también lo suyo, que se había multiplicado, que si su progenie metálica había decrecido ligeramente de vez en cuando, más bien podía y debía decirse que sus intereses habían henchido el mundo y la propia bolsa del siervo.
¿O alguien había comprobado regularmente que allí, en un secreto aposento, ese talento tan promisorio había dormido ininterrumpidamente, como los siete santos de la cueva?
¿O alguien había comprobado regularmente que allí, en un secreto aposento, ese talento tan promisorio había dormido ininterrumpidamente, como los siete santos de la cueva?
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