Salir a la calle un día más, a una hora que no tenemos muy clara salvo por el sol que se anuncia. Volver más tarde a casa tras algunas compras. Salir un día y recordar no se sabe muy bien por qué lo sucedido otro día, pero que no se recuerda muy bien y aun así deja una nube molesta frente a los ojos. Aplicar entonces esa desazón ominosa al día que comienza y pensar vagamente en la futilidad de los presagios, las supersticiones. O edificar un también fútil optimismo y alejar con la razón todas las maldiciones. Sortear algunos contratiempos menores y verlos alejarse como se aleja rápida la materia de la que están hechos los días. Anotar en el haber con un subrayado que la buena contabilidad no aconseja, algún golpe de lo que puede llamarse suerte. Volver a pensar en lo volátil de nuestro pensamiento, en la mecánica zoológicamente menor de nuestroas emociones. Regresar, en fin, a casa. No darse cuenta de la amenaza que se ha ignorado y se ha cumplido: la de la repetición. Insalvable.
(O la de no volver. Mayor pecado. La de la repetición que añoramos en un continuo de añoranza, una nostalgia leve, constitutiva. Un fenómeno psicológico cuya consideración nos lleva al nihilismo vespertino, en especial cuando las olas de calor ya no son lo que eran.)
(O la de no volver. Mayor pecado. La de la repetición que añoramos en un continuo de añoranza, una nostalgia leve, constitutiva. Un fenómeno psicológico cuya consideración nos lleva al nihilismo vespertino, en especial cuando las olas de calor ya no son lo que eran.)
1 comentario:
Esto sería como la crisis postvacacional, pero en plan poeta, ¿no?. Y sin dejarnos claro si al final lo que agradecemos es la repetición o lo que no podemos evitar es la nostalgia de ella. Petando, que hay que trabajar.
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