Ciertos blogs, como éste, se alimentan en parte del adelgazamiento que suponen en el proceso que va de la escritura a la publicación, una publicación virtual en el sentido de que la accesibilidad universal no garantiza, como es obvio, que los escritos encuentren lectores.
Pero si el autor del blog se considera como escritor que publica -aun consciente de la limitación señalada- y si persevera en su tarea, nos encontramos entonces ante un posible caso de autodisfraz. Por echar mano de un lenguaje antiguo, virtualmente se reviste de las prendas de algún ideal del yo que le ha ido rondando. Y por simplificar, diremos o podremos decir que se disfraza de sí mismo, al menos en cuanto que aceptemos que la constancia y la regularidad (que no condicen con un desajuste muy grave entre sus esfuerzos y su propia valoración de los resultados) son signos de que también se ha adelgazado la distancia entre lo que hay y lo que se quería ser.
Naturalmente, todo ello a precio de borrar u olvidar la virtualidad de la publicación, la mínima escala de la hetairía que se congrega, o la prueba en contrario de que el blog está abierto para todos y la publicación tradicional, incluso pese al Estado de las autonomías con sus consejeros de cultura, y más la de prestigio lo está para muy pocos.
Pero la virtud, la fuerza, de esta virtualidad es precisamente que vigoriza, que refuerza notablemente la nueva identidad personal o gremial, la fantástica, esto es, la más fantástica de todas. A su vez, esta nueva identidad crea unas obligaciones que realimentan toda la construcción, tanto en su aspecto subjetual como, y pese otra vez a la exigüidad de la comunidad lectora (o a la del cardinal de lectores, si no forman comunidad alguna), en su más real dimensión social, y que aún más realmente darían lugar a la aparición de nuevas figuras que para algunos serían patológicas.
Sin llegar a extremos dramáticos, el diagnóstico que adelantaríamos sería que el bajo coste de la nueva identidad la convierte en un atractor poderoso para no pocos individuos, los cuales pueden permitirse el lujo de alegar no sin fundamento empírico que tal identidad les corresponde con justicia: son escritores, editores, etc. Ahora, una vez situados en el área de dicho atractor, disfrazados de lo que (en el mundo tras la aparición de la World Wide Web) verdaderamente son, no pueden sino reafirmarse en su nuevo papel.
El disfraz de sí mismo puede verse como un subrayado de lo individual o como un subrayado de características tipológicas, pero significa también una condición novedosa: se es el centro de la reunión, como lo quería ser aquél al que se le ofrecían cursos de guitarra o de culturismo por correspondencia. No cuenta que la reunión sea una metáfora para el limbo. Se es lo que uno quería ser y no se atrevía a confesárselo. Se es de una peculiar manera, pero los disfraces anteriores pueden revelarse también como disfraces, menos atractivos y un punto orwellianos u oficinescos.
Por eso, la filiación de cada cuál es algo que no duele comunicar cuando corresponde ya a un escritor renacido, a quien lleva el disfraz que ha pasado a considerar como el que le corresponde desde el nacimiento. Nombre y apellidos son ya nuestro mejor escondite. Penúltimo refugio.
Pero si el autor del blog se considera como escritor que publica -aun consciente de la limitación señalada- y si persevera en su tarea, nos encontramos entonces ante un posible caso de autodisfraz. Por echar mano de un lenguaje antiguo, virtualmente se reviste de las prendas de algún ideal del yo que le ha ido rondando. Y por simplificar, diremos o podremos decir que se disfraza de sí mismo, al menos en cuanto que aceptemos que la constancia y la regularidad (que no condicen con un desajuste muy grave entre sus esfuerzos y su propia valoración de los resultados) son signos de que también se ha adelgazado la distancia entre lo que hay y lo que se quería ser.
Naturalmente, todo ello a precio de borrar u olvidar la virtualidad de la publicación, la mínima escala de la hetairía que se congrega, o la prueba en contrario de que el blog está abierto para todos y la publicación tradicional, incluso pese al Estado de las autonomías con sus consejeros de cultura, y más la de prestigio lo está para muy pocos.
Pero la virtud, la fuerza, de esta virtualidad es precisamente que vigoriza, que refuerza notablemente la nueva identidad personal o gremial, la fantástica, esto es, la más fantástica de todas. A su vez, esta nueva identidad crea unas obligaciones que realimentan toda la construcción, tanto en su aspecto subjetual como, y pese otra vez a la exigüidad de la comunidad lectora (o a la del cardinal de lectores, si no forman comunidad alguna), en su más real dimensión social, y que aún más realmente darían lugar a la aparición de nuevas figuras que para algunos serían patológicas.
Sin llegar a extremos dramáticos, el diagnóstico que adelantaríamos sería que el bajo coste de la nueva identidad la convierte en un atractor poderoso para no pocos individuos, los cuales pueden permitirse el lujo de alegar no sin fundamento empírico que tal identidad les corresponde con justicia: son escritores, editores, etc. Ahora, una vez situados en el área de dicho atractor, disfrazados de lo que (en el mundo tras la aparición de la World Wide Web) verdaderamente son, no pueden sino reafirmarse en su nuevo papel.
El disfraz de sí mismo puede verse como un subrayado de lo individual o como un subrayado de características tipológicas, pero significa también una condición novedosa: se es el centro de la reunión, como lo quería ser aquél al que se le ofrecían cursos de guitarra o de culturismo por correspondencia. No cuenta que la reunión sea una metáfora para el limbo. Se es lo que uno quería ser y no se atrevía a confesárselo. Se es de una peculiar manera, pero los disfraces anteriores pueden revelarse también como disfraces, menos atractivos y un punto orwellianos u oficinescos.
Por eso, la filiación de cada cuál es algo que no duele comunicar cuando corresponde ya a un escritor renacido, a quien lleva el disfraz que ha pasado a considerar como el que le corresponde desde el nacimiento. Nombre y apellidos son ya nuestro mejor escondite. Penúltimo refugio.
3 comentarios:
"Persona" procede de "máscara", que lo he leído.
La máscara, el disfraz son herramientas de un fingir. Pero en ese fingir suponemos que encontramos algo nuevo (aun nuevo para el disfrazado), ese algo que brilla sorprendente en las paredes de su "penúltimo refugio".
Cómo decía Pessoa:
El bloguero es un fingidor.
Jajajajjajajaja... parece que, pero qué va, no me río en realidad. Bueno, sí, un poco.
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