- Quizá deba usted, mi querido amigo, aprovechar la ocasión para reformular, quiero decir, suavizar sus opiniones, las que viene expresando. Le pido que aproveche la ocasión, en fin, para retractarse. No lo haría, no se lo pediría, si no le apreciase a usted y si no las estimase a ellas y al pensamiento que traducen. No importa lo que diga un loco o un necio. Nadie les censurara más allá del provinciano escándalo de su griterío por las calles, pero no sea usted un necio o un loco de segundo grado, aquel cuya necedad o cuya locura no es la del contenido de sus palabras, sino que procede del hecho mismo de que las pronuncia o las repite sin el debido reposo o sin la suficientemente descansada reflexión, y así merece o recibe, al menos, una compasión de naturaleza muy diferente a la que se otorga al primero. No necesito recordarle las consecuencias que pueden derivarse de una perseverancia -lo digo así por respeto, no digo tozudez ni testarudez, ni terquedad tampoco- que nadie podría verdaderamente comprender.
(...)
-En último término piense también que si al final sus ideas acaban siendo universalmente reconocidas y usted aclamado y si yo he sido un obstáculo para su publicidad y su triunfo, recaerá sobre mí o sobre mi memoria un desprestigio que usted nunca, desde su probada obsecuencia, me habría deseado. Líbreme y líbrese usted de esta posibilidad. Acalle sus ideas, que no haya ni siquiera olvido. No le mueva más para dejarlo. ¿Puede su generosidad admitir un argumento mejor?
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-En último término piense también que si al final sus ideas acaban siendo universalmente reconocidas y usted aclamado y si yo he sido un obstáculo para su publicidad y su triunfo, recaerá sobre mí o sobre mi memoria un desprestigio que usted nunca, desde su probada obsecuencia, me habría deseado. Líbreme y líbrese usted de esta posibilidad. Acalle sus ideas, que no haya ni siquiera olvido. No le mueva más para dejarlo. ¿Puede su generosidad admitir un argumento mejor?
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