La epifanía discursiva e ideológica del "estado español" es correlativa de varias ideas contradictorias entre sí. Por un lado, se supone que de éste surgirán en su día varios estados que serán recibidos entre aplausos en Nueva York, Bruselas y El Vaticano; por otro, se cifra la ventaja de estos nuevos y aún hipotéticos estados en que vendrán a coincidir con ciertas unidades naturales o incluso atemporales, unas supuestas naciones tan fantásticas como camelísticas.
Sin embargo, si concedemos a este entramado ideológico lo que ya tiene, esto es, su realidad, su efectividad social y política y su capacidad de mantener en la sombra su propias contradicciones, si nos enfrentamos al hecho de que estas ideas se han extendido en nuestro país quizá como en ningún otro y nos enfrentamos a la previsible situación de que no sean exclusivas de las izquierdas, habremos de formular explicaciones para el mismo.
Por un lado, tenemos el buenismo: la ignorancia lleva a pensar a millones de personas que los estados, que son artificiales, hacen la guerra por vicio mientras que las comunidades naturales se dedican a las más nobles artes y nutritivos trabajos. Por otro lado, tenemos el ideal de la irresponsabilidad, que es un ideal formulable para millones de individuos que viven en determinados estados en una época histórica determinada: nada va con ellos que no sea una perfecta solución nunca vista de los problemas del mundo.
Naturalmente, la falsa conciencia es capaz de combinar la irresponsabilidad de esta especie con el hecho de ser, por ejemplo, funcionario del estado. Esto significa que se puede ser un individuo astuto y racional y, al mismo tiempo, salvaguardar la belleza del alma propia como si los males del mundo sólo nos tocasen por nuestra forzada relación con ese inconveniente que es el estado español.
Sin embargo, si concedemos a este entramado ideológico lo que ya tiene, esto es, su realidad, su efectividad social y política y su capacidad de mantener en la sombra su propias contradicciones, si nos enfrentamos al hecho de que estas ideas se han extendido en nuestro país quizá como en ningún otro y nos enfrentamos a la previsible situación de que no sean exclusivas de las izquierdas, habremos de formular explicaciones para el mismo.
Por un lado, tenemos el buenismo: la ignorancia lleva a pensar a millones de personas que los estados, que son artificiales, hacen la guerra por vicio mientras que las comunidades naturales se dedican a las más nobles artes y nutritivos trabajos. Por otro lado, tenemos el ideal de la irresponsabilidad, que es un ideal formulable para millones de individuos que viven en determinados estados en una época histórica determinada: nada va con ellos que no sea una perfecta solución nunca vista de los problemas del mundo.
Naturalmente, la falsa conciencia es capaz de combinar la irresponsabilidad de esta especie con el hecho de ser, por ejemplo, funcionario del estado. Esto significa que se puede ser un individuo astuto y racional y, al mismo tiempo, salvaguardar la belleza del alma propia como si los males del mundo sólo nos tocasen por nuestra forzada relación con ese inconveniente que es el estado español.
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