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lunes, septiembre 01, 2025

Lecturas veraniegas 2025 XXXIV

Un biógrafo. Un biógrafo español que inventa un arte nuevo de escribir biografías escribe también sobre un personaje de ficción, o tal vez un mixto de individuos históricos y comprobables. En cualquier caso, lo hace con las ventajas de universalidad y mayor ciencia que la ficción acredita frente a la ciencia peregrina de la historia.



ensayar y ensayar

Cuando en 1940 publica Marañón su ensayo (o los tres en que se desenvuelve el trinitario y también mestizo conjunto del volumen de la fotografía), ya había dedicado tiempo y publicaciones al personaje, a su taxonomía, a sus determinaciones biológicas, al mito y los mitos generados en su torno. Así, el segundo ensayo, de un modo muy claro, se desarrolla como una de esas actividades revisionarias y un punto melancólicas que intentan no dejar ningún flanco descubierto, expurgando casuísticas dudosas o confundibles, curándose en salud en algún balneario retórico, recortando síntomas como las criaturas independientes del sujeto que son. Pueden figurarse en el texto marañoniano precisiones que debemos a otros autores (que don Juan no podía ser pobre, apud Torrrente, por ejemplo), por no mencionar la cercanía de la figura de Don Juan al adolescente desnortado de tanta literatura de Shakespeare a Radiguet, pasando por los inefables guionistas de Física o química y otros practicamente del Ars Combinatoria.

Si deja algún ángulo en desenfilada, tal cosa sucede precisamente por su fe en el método que ha creado, con su tributo a un determinismo biológico, eso que llama psicohistoria, propio de un internista de la época, pero poco importa porque Marañón no excluye nunca, navegando a favor de un profundo conocimiento histórico, otras circunstancias, otros órdenes de las cosas, que construyen o afectan a la vida de los hombres. Es como si advirtiera prudentemente: "He creado un remedo de ciencia, pero esta llega hasta donde llega".

Otra cuestión es que de manera muy natural todas sus argumentaciones extra psicohistoriam se hallen próximas a lo que vamos a llamar en clara falta de diligencia espíritu de su tiempo.

O de sus tiempos en plural, porque se podría sospechar que en el prólogo y en las páginas sucesivas, a un Marañón de cincuenta y pocos años quiere alcanzarle, sin lograrlo, alguna dosis de acedía, un quiebro en la voz en los apartes mundanos de su ensayística, que no podemos achacar únicamente a la edad madura, sobre todo si aquel aparece firmado en París en enero de 1940.

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