Juan Luis Rata, Los mejores años, Zaragoza, Ediciones Pelo de Conejo, 2009
Rata (Zaragoza, 1961) en este Los mejores años nos habla sin rubor (literario, se entiende) de su juventud y de la de algunos de sus coetáneos. Dos fragmentos de distinto carácter:
Ese mes de junio íbamos buscando la fresca de las viejas tabernas, mirábamos los toros en el televisor como si fuéramos viejos aficionados y también fue ese preciso mes cuando nos reencontramos con las piscinas y los lugares de nuestra infancia, pero en un tiempo recobrado en que las niñas eran ahora mujeres (no diría, desde luego, que eran muchachas en flor) y nosotros, supongo que unos patanes. Pero todo aquello pasó como pasa casi todo y seguimos con los paseos en verano a las cinco de la tarde, por huir de casa, en una adolescencia prolongada y cada vez más revenida.
Y es que Rata oscila entre la petulancia literaria y la petulancia filosófica. Y sin embargo… Y sin embargo, mecanografíemos otro pasaje:
Solíamos cruzar la Ciudad Universitaria, desierta, las luces de la noche humedecidas por la niebla porque, de acudir a nuestra cita por diferente camino, nos encontraríamos sin duda con alguno de los muchos bares que nos estaban esperando, como si un bar cualquiera fuera, en su miseria y en la de sus parroquianos, un epítome del mundo y sus delicias, una enciclopedia y una promesa de venturas innumerables.
Esperamos impacientes el título de Rata que el editor anuncia en la solapa: Lecheros por el barranco y otras andanzas verosímiles.
Rata (Zaragoza, 1961) en este Los mejores años nos habla sin rubor (literario, se entiende) de su juventud y de la de algunos de sus coetáneos. Dos fragmentos de distinto carácter:
Ese mes de junio íbamos buscando la fresca de las viejas tabernas, mirábamos los toros en el televisor como si fuéramos viejos aficionados y también fue ese preciso mes cuando nos reencontramos con las piscinas y los lugares de nuestra infancia, pero en un tiempo recobrado en que las niñas eran ahora mujeres (no diría, desde luego, que eran muchachas en flor) y nosotros, supongo que unos patanes. Pero todo aquello pasó como pasa casi todo y seguimos con los paseos en verano a las cinco de la tarde, por huir de casa, en una adolescencia prolongada y cada vez más revenida.
Rosales vivía como si la vida fuera un inconveniente o una espera enojosa tal vez en una estación de ferrocarril, y no digo con esto que esperase una mejor tras la muerte, ni que en la estación enlazase como creerá y esperará enlazar un creyente en la metempsicosis que se esté aburriendo en una encarnación poco favorable. No, simplemente Rosales agigantaba las pequeños y aun las grandes pejigueras de que está bien pertrechada cualquier vida, y ésta no acababa siendo otra cosa que aquéllas.
Y es que Rata oscila entre la petulancia literaria y la petulancia filosófica. Y sin embargo… Y sin embargo, mecanografíemos otro pasaje:
Solíamos cruzar la Ciudad Universitaria, desierta, las luces de la noche humedecidas por la niebla porque, de acudir a nuestra cita por diferente camino, nos encontraríamos sin duda con alguno de los muchos bares que nos estaban esperando, como si un bar cualquiera fuera, en su miseria y en la de sus parroquianos, un epítome del mundo y sus delicias, una enciclopedia y una promesa de venturas innumerables.
Esperamos impacientes el título de Rata que el editor anuncia en la solapa: Lecheros por el barranco y otras andanzas verosímiles.
2 comentarios:
definitivamente, la espera merecio la pena
Soy incorregible, todavía lo sigo buscando en google.
Nos tiene con el alma en vilo, por si se nos vuelve a desconectar. Que Dios no quiera, pordios.
Publicar un comentario