Se han sentado en los bancos del vestíbulo y la máquina de las bebidas está dispuesta para revelarles su futuro. Ahora son filósofos, más que humanos y transhumanos, hasta transhumeanos, ellos también dispuestos a rondar con sus coplas una verdad infinita con el auxilio de unas cuantas monedas o, en su defecto, con la tarjeta de que se les ha provisto para fotocopiadoras, guillotinas y otros artilugios.
- Dado que esa inmortalidad casi ya a nuestro alcance no se ve menoscabada por las muertes debidas a traumatismos, es posible que toda muerte violenta corrobore en algún grado la tesis de la inmortalidad del género humano.
- Y si es tras un umbral temporal que estamos a punto de alcanzar, más la corroborará.
- Pero sabes que no todo el mundo está de acuerdo con estos argumentos.
- Sí, pero la mayoría de esos pretendidos refutadores han muerto.
- A la hora de defender la tesis convendrá entonces acabar con la vida de un buen número de individuos.
-Y, lo que es más, si se quiere asegurar la inmortalidad propia, lo mejor es suicidarse.
A su espalda, al fondo del vestíbulo una mesa petitoria exhibe en un cartelito las instrucciones para el oportuno bizum.
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