El
dopaje. Si en una profesión sólo vale ser el mejor o estar entre los pocos
mejores, no será raro aceptar riesgos notables para lograrlo, esto es, elegir entre no ser nada y ser uno al que han pillado y descalificado. Nótese, sin embargo, que en todo hay clases y que el futuro
de un tenista mediocre puede ser más prometedor que el de un atleta o ciclista
mediocre.
Un
corolario sería que la mayoría de los mortales buscará –en la medida de sus
posibilidades, como Azcona decía que era de derechas- profesiones, que son la
mayoría, en que uno se puede ganar dignamente la vida sin tales exigencias. Por
ejemplo, siendo el diez millonésimo mejor transportista. Pero de ello se sigue
que quien elija el ciclismo o la natación será más bien porque se considera a
sí mismo como cercano o integrado en el grupo de los pocos mejores.
No es
despreciable el uso masivo, a favor opera la correspondiente psicopatología, de
sustancias dopantes por aficionados (y es posible que sea aquí donde está ya el negocio), pero esto merece un análisis que nos aleja
del sujeto racional que tiene fines y gafas de bucear dignas de tal nombre.
El
dinero es la verdad (1) Por si cabía alguna duda, que siga habiendo científicos
que fallen en el control antidoping por publicar en revistas de pago, nos hace
ver cuál es el criterio de verdad efectivo en este mundo del color del vidrio
de Peter Ustinov. La verdad es Elsevier, Wiley, Springer, cuyo modelo de
negocio viene a ser el de las farmacéuticas, aunque las editoriales, en su
mayor perfección, siguen aquel hermoso lema de “¡que investiguen ellos!”.
No
cabe excluir que alguna de las citadas acabe por contratar a Teddy o a
Tauschwert o al mismo Gebrauchswert. No
cabe tampoco excluir que amplíen sus actividades -con el beneplácito de los
poderes públicos y de nos, la cátedra- a la selección de personal, la valoración de curricula, la concesión de
sexenios y a, beati hispani quibus mutare manere est, vestir el hoyportí y el doutdés como lo que son, méritos innegables y cienciométricamente establecidos.
(1) Aunque la verdad sí que huela, la diga Agamenón o su porquero.